Puede ser que con el peso de la crisis entre todo en crisis, hasta lo más mínimo de una pareja, de la intimidad, y al tiempo que crecen las cifras del paro se multiplican los finales. O puede que vayan con los años estas cosas como van los quinquenios monográficos de noviazgos, bodas, bautizos, comuniones. Puede que sea este quinquenio de mi entorno que se mueve entre los treinta y los cuarenta el quinquenio de divorcios, separaciones, y finales y todas las semanas me llega una nueva, de éstos o de aquellos, que llegaron a un final.
Y se nos escapan los muchos que no confiesan y simplemente se soportan porque de la división de sueldos no resulta una mitosis de vidas y los ingresos se dividen entre dos y se multiplican los costes por lo mismo, por dos para los dos y la vida medianamente confortable que dejó de serlo en lo más íntimo y aún conservaba calidad de materiales, movimientos y destinos se reduce a un ajuste permanente en un pequeño piso tipo loft -que es un malvado eufemismo para meterse con los niños en una casa de treinta metros cuadrados de cocina americana y un biombo que separe los colchones- que ya no son dos sueldos para la misma luz y con cada sueldo se hace frente al coste del completo, por dos, y conviven esquivándose entre estancias o entregándose al trabajo.
Cuando la simple y escueta descripción agobia, cuánto más la razón.
Lo que fuimos de intimidad y confidencia llega a dolernos en mohines, en lo predecible de los gestos, en esa actitud lacónica y el comentario ausente, y llegados al final se nos olvida lo que fuimos y que llegamos del amor a hacernos daño o a no hacernos, simplemente, nada. Olvidamos el comienzo y ajustamos la memoria a los últimos instantes de dolor tras una vida y encontramos en el odio una balsa, o un bálsamo. Olvidamos lo que fuimos poniendo al otro en la frontera inexpugnable de lo bárbaro, convirtiendo su palabra en amenaza al territorio como intento de saqueo de lo que aún queda de individuo tras los años de diplomacias, cesiones y equilibrios. Y con el olvido de lo que fuimos acabamos despreciando, y despreciando despreciamos nuestra vida, y a nosotros, que decidimos un día que él o ella era el adecuado, la adecuada. Somos la vida que hemos vivido también con el otro y cuando al final le negamos, nos negamos.
En este quinquenio de finales, menos son los que recuerdan cómo fueron poco antes de despedirse y hasta pronto con un beso y un gracias por la vida que vivimos felices para liberarse mutuamente del peso de odios y rencores, para poderse seguir hablando, para poder seguir compartiendo el resto de sus vidas demediadas, que aunque se componga y recomponga la vida una y mil veces, cada uno de los pasos dados de la mano nos ha traído aquí, hasta quien somos. Estos, los menos, caminan más ligero.
Yo sigo creyendo en el amor eterno por lo que tiene de eterno todo amor.