Vivimos rodeados de mediocridad. Me habréis oído decirlo cien veces, la última durante la conferencia "¿Qué pasa si pasas?" el martes pasado. Y es recurrente en mi discurso, una constante, un reactivo, porque creo que el presente, el futuro, la vida, nuestras vidas, la supervivencia, desde lo pequeño a lo grande, dependen de no hacer cesiones ante esa actitud.
Actitud, si. Y para evitar ofendidos explico siempre que donde digo mediocridad (RAE: De calidad media. De poco mérito, tirando a malo) me refiero a esa actitud vital falta de inquietud, de aspiraciones, pobre o paupérrima, en la que es imposible que se desarrolle cualquier talento; ninguno en realidad. Y sabemos que aunque hay talentos realmente excepcionales, en si no es el talento algo excepcional sino parte de la sustancia de cada uno, la capacidad de entender, de crear.
Pero el talento requiere de una actitud activa, de interés y esfuerzo, y ese es su mayor hándicap y su mayor ventaja. Para toda inquietud, esta actitud tan común de lo cómodo y lo fácil es siempre una gran oportunidad porque ante ella la voluntad del talento tiene la fuerza de los imposibles. Yo no tengo un talento especial, no soy diferente en modo alguno a cualquiera y siempre por la línea inferior, tengo que lamentar una pésima memoria y por tanto no atesoro conocimiento o sabiduría así que todo lo que he hecho en la vida me ha costado un gran esfuerzo, empezando por el del aprendizaje, pero estaba ahí la inquietud, esa que aprendí de mi padre, de mi familia, esa que yo tuve la suerte de tener en casa porque no estaban en el colegio o en el instituto y que tampoco era parte de la carrera porque no es parte de nuestro sistema educativo. La inquietud, una contínua voluntad e interés y un estar dispuesto a ver, a comprender, a descubrir. En total muchísimas horas de trabajo, noches, días, mucha vida. A mi, mal no me ha ido, pero hubiera sido más cómodo, sencillo al menos, pasar por la vida sin absorber, sin aportar. Hubiera sido más cómodo llegar al hoy y no al aquí adoptando la actitud pasiva, la de la nada. Y nada hubiera pasado. Nada.
Cuando el martes pasado comenté ante aquel foro que la mediocridad nos rodea, tenía la seguridad de que todos los que allí estaban lo estaban por voluntad propia y por la voluntad de aprender, de saber, de crecer, la voluntad en la que el talento encuentra siempre modo y manera de manifestarse, y por tanto tenía la seguridad de que allí sólo podía haber talento desarrollándose o buscando el modo de eclosionar. Y me sentía bien, cómodo, feliz y creo que se me fué el tiempo contando tres historias de entornos creativos de gran y pequeña escala en los que el talento ha sido capaz de crear momentos, experiencias, proyectos, productos, únicos en los que pasó todo porque todo podía pasar, todo era posible.
Compartía aquella mesa del "¿Qué pasa si pasas?" que organizaban el Creanto de Javier y Madrid Network, con mi querida Fátima (qué deciros de ella que no sepáis), con el interesantísimo conocimiento de Manel (gran descubrimiento), la indudable experiencia y encanto de Esther , Víctor que sabe de rentabilizar las acciones en redes lo que casi nadie y la flexible (je) moderación de Gema Sanz. Un montón de talento al que merecía la pena escuchar, del que merecía la pena aprender y con el que no me cabe duda todos salimos ganando. Y amen de esto, de lo más interesante de actos como éste es ese momento temporal y espacial en que la actitud activa, la voluntad del talento, se siente vibrar y en el que a poco que hubiéramos planteado en lugar de un turno de preguntas un turno de "aportaciones" se hubiera convertido aquella sala en un hervidero de ideas, de talento floreciendo exponencialmente, porque talento llama talento, ideas llaman ideas. Qué duda cabe.
Life looks good, con la correcta voluntad.