Se me llena el timeline de “coaches” y la televisión de videntes que cantan una runa, soplan su palma de la mano y predicen tu futuro en tres segundos con tan solo una llamada y tu nombre. La estrella de los segundos es sin duda Sandro Rey, mi favorito, capaz de convertir el programa en un stand-up de desaciertos y casualidades y otras cosas del querer. Se me atraganta la risa. A nadie se le ha ocurrido fusionar el programa de Sandro Rey con otro de apuestas online, sería un éxito de audiencia pero perdería la banca. Toda idea es buena mientras no te cueste la vida.
Los medios tienen sus propios videntes y videncias, también. Hay auténticas estrellas mediáticas y hay quienes en el día a día se mueven con la marea que generan los primeros cuando separan las aguas del mar muerto, y están los que siguen los pasos del profeta sin salirse de una sola de sus huellas. Por eso ahora que todo el mundo se ha subido al carro del futuro digital, el papel ha muerto. O lo hemos matado. Aunque hubiéramos matado a la gallina de los huevos de oro si hubiéramos pretendido de ella cualquier otra cosa. Seguro que Bucay podría ilustrarlo con algún relato de esos tan inspiradores, una versión de la fábula de Esopo, Samaniego o La Fontaine, una moderna.
Pongamos una granja en la que por esas cosas de las fábulas una gallina pone un huevo sólido de auténtico oro -pobre- y pongamos también un granjero feliz por su fortuna y gentes de todas partes del mundo que viajan hasta allí para ver el fenómeno, y pongamos en el escenario un tipo que ilumina al granjero con la idea de cobrar a cada visitante por ver a la gallina, y es aquí cuando nuestro buen granjero se convierte en empresario, y es entonces cuando le prepara a la gallina una pequeña jaula con un circuito alrededor para que pueda ser observada mejor donde la pobre comienza a vivir agobiada por toda esa gente que la observa y anima y grita y vitorea para que ponga un huevo, mientras lo pone, uno más, de oro puro, sólido. Un estrés. Y el estrés es malo, y una gallina que pone huevos de oro -pobre- tiene por fuerza que tener una salud delicada. Y se muere, ella sola, que matarla no la ha matado nadie. Por supuesto la gente dejará de ir a la granja porque a casi nadie le interesa ver huesos y plumas de la que un día fue la famosa, única y excepcional gallina. - Pero ¿sigue poniendo? - Oiga, un respeto, está muerta. - Ah, disculpe.
Nuestro granjero no es mal tipo, se sabe el Zaragozano de memoria y huele los cambios de tiempo, siente en los tuétanos cuando hay que plantar y cuando es época de cría de los gorrinos, y en la granja no ha faltado nada nunca hasta que toda esa gente ocupó los campos de cultivo, pisoteando el patatal, llenando de tiendas los sembráos y comiéndose al maíz del maizal convenientemente tostado en las hogueras, que para cuando todo hubo pasado, ni granja. Pero nuestro granjero no es mal tipo, no, simplemente no sabía en lo que se metía ni tenía a su lado alguien que le pudiera aconsejar, ni un coach claro, ni se le pasó por la cabeza contratarlo porque eso cuesta dinero y luego el mérito del éxito del negocio no es tuyo que es de otro que sabe y para saber sé yo que esta granja ha sido próspera desde que recuerdo y eso lo he hecho yo solo, solito, con estas manitas y va a venirme a mi nadie a decir. Nuestro granjero no es mal tipo, es lo que dice mi buen amigo Jose María unniputaidea pero muy buen tipo. Ahora que la gallina ha muerto el oro que le dio tiempo a poner no es suficiente para recuperar la granja. Ya sólo le queda al granjero dar conferencias sobre su caso de éxito, que fue de éxito mientras lo fue, pero lo fue.
En tanto que algunos medios de papel zozobran y sólo alguno se sostiene sobre un modelo de negocio y no sobre el periodismo, Sandro Rey le dice a nuestro granjero que su vida va a cambiar para bien, que la fortuna le llega a partir de este instante y para eso ahora y aquí le abre las puertas de no sé qué cosa para lo que alza una vara y recita unas palabras a alguien que bien podrían ser el abracadabra con algún que otro santo por medio; otro vidente que dice que lo digital es el futuro, recita un santoral de los que todo el mundo utiliza en charlas, encuentros, simposios, networkin' y metaposts y que tanto gustan, mueve su varita mágica y en un flipendo -costosísimo en realidad, porque los trucos de magia modernos requieren mucha ingeniería para que parezcan eso, magia- y convierte su futuro en una aplicación nativa para smartphones, tablets y demás. Y luego hay un señor, primo de uno que se ha hecho community manager, que ha decidido que él va a ser coach y se coge todas las citas célebres sobre los negocios que encuentra y con tres de ellas y un “”yo creo en ti” a mano le abre las puertas del cuerno de su fortuna y el camino hacia la riqueza… no, un momento, creo que me he liado. Ah, no.