Como sabíamos que era un ciclo nos sentamos a esperar a que pasara. Al tercer día comenzamos a bebernos los unos a los otros.
Esto hemos perdido, esto hemos olvidado. Somos nuestra propia decadencia. No se practica la prudencia, ni la justicia, ni la templanza, ni la fortaleza. Esto hemos olvidado. La areté no existe -ya nadie la recuerda- y por tanto es innecesaria la paideia, que cayó en el mismo olvido. Esto hemos perdido. Ya no existe el magnánimo y nos puebla la soberbia, desoímos a los sabios, ignoramos, desatendemos la belleza. Fundimos Becerros nuevos y nos justificamos en ellos, conquistamos, saqueamos, arrasamos nuestros propios pueblos. Somos nuestros Bárbaros. Pudimos aprender y no lo hicimos. Somos el fin, de nuevo.
Y sin embargo “Por lo visto es posible declararse hombre. / Por lo visto es posible decir no. / De una vez y en la calle, de una vez, por todos / y por todas las veces en que no pudimos. / Importa por lo visto el hecho de estar vivo. / Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza / necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos / a diario cumplidos en la calle por todos. / Y será preciso no olvidar la lección: / saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos / hay un arma escondida, saber que estamos vivos / aún. Y que la vida / todavía es posible, por lo visto.”
Así que será el camino largo, el de volver a cero, porque siempre hay esperanza en el olvido, que en el olvido olvidemos lo que va quedando de los restos, la profunda parálisis determinista, y de no recordar no recordemos quiénes llegamos a ser, la inútil carga. Que cuando ya no queda nada todo vuelve a ser posible y al fin y al cabo la vida no sólo es posible en cualquier rincón y de la nada sino que es inevitable, con o sin nosotros.
Diógenes observa complaciente desde su tinaja. Es lo que tienen los cínicos, que son muy perros.
* De "Las personas del verbo", de Jaime Gil de Biedma, que nació un noviembre como este del año de la Gran Depresión.