Cuando uno ha vivido cerca del mar detrás de cada esquina espera encontrárselo. Madrid se hace eterna en el secano que se extiende en cada vuelta, en la vuelta que hay tras cada vuelta y a vueltas hasta un polígono o, con suerte, el campo. Y el mar lejos, tan lejos que hay que decidirse, hacer esfuerzo de prepararse y, como poco, llevarse al cuerpo la paliza de ir, llegar, respirar profundo y volver. Yo soy de los que no sienten pereza ante 730 kilómetros para llegar, de los que se coge el coche y se los hace, llega, se sienta frente al mar, respira profundo y... Porque para algunos, como yo, el mar está ligado, además, a los momentos más felices de una vida, mar de norte y mar de sur; mar de sur, olas, sol, luz, esa luz y el infinito Atlántico. Mar de buen tiempo, de calor, de vida, de olas. Mar de surf, de sueños, de vida.
En el agua, mientras esperas la próxima serie sentado en la tabla, podría parecer que estés perdiendo el tiempo, incluso si se encuentra uno hablando con la compañía, normalmente de las condiciones del mar, de cómo el poniente o el levante afectan al pico, de cómo se ha movido el fondo, de si a la baja o a la alta se crece, de si en El Palmar mañana alguien ha visto en WindGurú que se van a levantar dos metros que, con levante suave, son dos metros perfectos de aguas glass... Y cuando te encuentras con buena gente se desarrolla ese espíritu cordial en el que surfear es también un ejercicio de educación, de respeto a las reglas, reglas de mar y olas, en que el primero que la coge o el que está más en el pico, se la queda y los demás le dejan, se retiran y, como en el fútbol, se comentan las mejores maniobras o se enseña a los nobeles más atrevidos, que reman hasta el fondo, hasta donde están las olas de verdad, para abandonar las espumas, duras e imposibles, pero más seguras por su proximidad a la orilla.
En el agua, mientras esperas tu gran ola, como tu gran miércoles, y estás atento a la más leve variación en el horizonte azul, a los cambios de forma y color que se producen cuando se mueven las masas de agua y que uno aprende a leer como en las runas, entre ola y ola, en ese mecerse se mecen también ideas, sueños, proyectos y casi todos giran entorno a esa vida que es la posibilidad de poder cogerte la tabla en cualquier momento cuando el mar crece y las olas son perfectas. En ese mecerse de años nació, por ejemplo, el sueño de crear un marca de 'cosas' de surf, cosas susceptibles de portar diseños distintos, y poder vivir de ello aunque fuera como un pies negros porque, al fin y al cabo, para vivir surfeando (en el sur y lejos de la ciudad) tampoco necesitas grandes cosas, acaso un par de bañadores y un juego de camisetas, tu tabla y algo en que moverte o donde dormir, viviendo en un surfari * permanente, en un verano sin fin. Sueños, que se va haciendo uno mayor...
Hang loose. Life looks good.
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