-"… el único medio de luchar contra la peste es la honestidad" -"¿Qué es la honestidad? -dijo Rambert, poniéndose serio de pronto." -"No sé que es, en general. Pero, en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio". La Peste, Albert Camús.
Desde temprano se ha vestido de éxito el hombre. Desde el interior al exterior todo encaja en su cuidada imagen de triunfo. Tiene a suerte por ética un buche flexible que comenzó aceptando aquel primer regalo de un amigo y aquel encargo, aquella gestión, aquel favor, aquel dinero, hasta sentir suyo todo aquello asumiendo que lo que uno recibe es justo pago y poco por el valor de sus acciones y su talento. Se sabe apoyado, aceptado, querido, admirando, por amigos, familiares, compañeros, dueño y señor de aquel imperio del que puede disponer al antojo de su habilidad.
Ante aquél desconocido que pregunta asevera que es suyo todo aquello porque así lo siente, así lo cree, así se haya convencido, Lo que tú quieras yo te hago, lo que yo diga se hará, se atreve, y el fastuoso reloj en su muñeca izquierda y las hechuras de su traje así lo certifican. Se queda el otro más tranquilo sabiendo que el hombre es el que manda, y se interesa por el caso, por el éxito, las claves, ante lo que a el hombre no le queda más que inventarse para si y para el resto una historia que explica aquella empresa. Se hace grande en la mentira y se siente fuerte para contar su propio caso de éxito invocando incluso al esfuerzo, al sacrificio, para erigirse además en ejemplo a seguir, seguido.
En este momento ante el hombre todo aquello aparece imparable, eterno. Vivir de vivir, de ser, de decir, sin hacer, ni arriesgar, ni esforzarse, con el aplauso general, sin preguntarse ni responder a ética que impida aquella estética. Se justifica en cuántos se quedan con aquello que es de todos y se permite un sentirse ofendido ante las noticias de aquél que ha desviado esas cantidades de lo público a lo privado.
Desde temprano también este lunes el hombre se confía a su suerte y habilidad, al talento sobre el que se ha erigido a si mismo, pero esta mañana ha quedado al descubierto ante sus compañeros, ante los dueños de la empresa y él que ha olvidado aquel primer regalo que ninguna importancia tenía ya no es capaz de hilar verdad alguna y todos los hilos que ha trazado se ensogan.
La corrupción no es cosa de animales; empieza en lo privado, en lo ínfimo, como una pulga con hambre, como la pulga de la rata, la pulga de la peste.