Oporto. Atardecer.
Mon day mayday

Contemplación

Cuando uno es un viajero tardío y conocer mundos in situ llega empezados los treinta, suele sorprender a la compañía de viaje lo agradecido...

Cuando uno es un viajero tardío y conocer mundos in situ llega empezados los treinta, suele sorprender a la compañía de viaje lo agradecido, la emoción con la que encuentra éste lo más nimio, la mirada brillante, y sobremanera los ojos de infante en el descubridor que además sufre cierto síndrome de Stendhal.

Así cuando esta Semana Santa me encontré ante el espectáculo del Duero encendido bajo el puente de Don Luis I, con ese Oporto denso duplicado en los reflejos del agua, en sus faroles, me vi obligado a parar, respirar, saborear, observar y sentir con todo lo que se puede aquella imagen que no se rompía aunque no quisiera la lluvia parar ni un instante.

Tuvo la culpa quizás la cena en el Farol da Boa Nova, recogido, cálido y exquisito restaurante en el Muro dos Bacaloheiros con vistas a Vila Nova de Gaia, la otra orilla, o el increíble arroz de pato con un oporto blanco dulce, o un espectacular atardecer descubierto casualmente muy cerca de la estremecedora belleza de la librería Lello e Irmao,  el Graham's Finest Reserve y las degustaciones de otros tres oportos, Trisha Brown y los espacios en que se estructura la Fundación Serralves, el exotismo y belleza de quien te acompaña, o el espectáculo de ver abrirse el cielo sobre el Atlántico en medio de una tormenta, más allá de Foz.

O la borrachera de todo y su suma, la suma y el todo, y que uno es y quisiera ser siempre de emociones intensas, incluso de quedarse en modo contemplación -aún con aspecto catatónico- para no perder instantes de esa belleza y altura, y que ante ellos se agote el tiempo.