El aire de una mañana fría de junio no puede ser más que un mal presagio. El presagio del desorden en que mañana, frío y junio se juntan en un mismo comienzo, un presagio de mundo cambiado y patas arriba en el que cualquier equilibrio conocido parece estar enrocando variables. Y ya nada se parece ni funciona como es debido, que es otro modo de decir que no funciona como espera uno que funcione o que simplemente no funciona.
Como durante los tres últimos años y algunos meses, aún con los ojos hinchados de un sueño breve, me acerqué a él y lo toqué para que despertara del suyo con el mismo mimo de cada mañana desde finales de febrero de 2011. Pero esa mañana fría de junio en que una brisa del norte azotaba las puertas del balcón, él parecía no estar ya allí, oscuro, profundo, silencioso.
Juntos hicimos loff.it. Es más, fué en él y sólo en él donde fueron tomando formas todos los elementos que hoy componen el cuerpo gráfico y técnico de este magazine. Juntos hicimos cosas maravillosas, placenteras, magníficas y juntos aprendimos muchas cosas, de cine, de coches de carreras, de cosmética, de programación, de la curiosa historia del caviar… hemos sufrido juntos todas y cada una de las caídas del servidor, de las bases de datos, él cargó con el trabajo de recibir y recopilar los más de cien correos a la hora que recibo de forma habitual, juntos respondimos a casi todos los que se habían de responder mientras él aprendía, con mayor o menor acierto, cuáles eran de despachar y cuáles de atender. En él tomaron vida unas cuantas ideas y muchas soluciones. Pero aquella mañana de luz de junio y temperatura de febrero, en ese todo descolocado del mundo, se quedó callado. Tres años y algunos meses después de intensidad, mi pequeño gran iMac, diseñado en California y ensamblado en China, decidió que era el momento de quedarse a oscuras. Sin despedirse.
En la costumbre de los tiempos del hambre y en ese aprendizaje de los años en que todo es posible guardo en el trastero todas las cajas de todoaquello que un día necesite ser devuelto, guardado o regalado, así que tras dos horas de mimos y lágrimas, cuando ya me hice a la idea de la inevitable realidad, lo metí en su caja tal y como llegó a mis brazos, entre las piezas que lo acolchaban, en su caja dentro de la caja de envío. Y le añadí un crespón temporal porque siempre queda un átimo de esperanza, la del milagro posible, la de esos milagros de los que sabemos porque hemos oído alguna vez, pero la esperanza, sin garantía alguna, costaba casi tanto como uno nuevo, como una nueva adopción, porque a mi compañero de batalla se le había apagado la placa base o algo similar, que viene a ser algo así como si te falla el cerebelo, y esperas que un transplante lo devuelva a la vida como un "Lázaro, arráncate y anda". En tres años no le puse nombre, hoy le recordaré con ése nombre, Lázaro, para recordar la esperanza de su resurrección tras una larga vida de amistad y productividad, de felicidad y éxitos compartidos.
El frío, una mañana de junio, tiene un color azul pálido. Y es de un negro profundo. Mi iMac ha muerto, larga vida al Time Machine.