A quien no ha vivido al menos tres veces el levante del Estrecho, el fuerte, ese que se ocupa de tu vida en cantidad de días impares, 3, 5, 7, que silba por todos los rincones, levanta los toldos y arrastra, es difícil explicarle que también se vive así un descanso, y una distancia. Es complejo, porque este viento de habitual cálido y profundo que viene del interior, intenso, denso, continuo, que te golpea de arena y se come el mar, es el mismo que despeja el cielo hasta ese azul claro de luz intensa, única, y convierte el litoral de este oscuro Atlántico en un beige blanco verde esmeralda que nada tiene que envidiar a las postales del Caribe que nos regalan con las ofertas de viajes y pulsera de todo incluído.
Once días de levante llevaban los zahareños en el cuerpo cuando llegué, siete más hasta hoy, domingo, y que ya los de aquí, que saben de vientos y los miden para todo el verano en el modo y posición en que se construyen los nidos, dicen hoy remite para dejar paso a un poco de calma, o a un poniente, frío, que viene del mar y es además húmedo. Pero aquí se come y se vive incluso con el Levante más fuerte azuzando, se come de atún, de todo el atún, y se vive de mar, que esto es mar y arena. Y así se cena en El Campero de Barbate al que me he resistido estos años a pesar de la indicaciones siempre buenas y de la pasión que le tienen Marina y Víctor, la yema frita con atún en tomate, el tartar de calamar con bombón de marisco, el bombón de foie con mojama y puré de manzana, el tartar de retinto con lasca de parmesano y el atún picante. Y se conversa con los amigos a los que tanto quieres con los pies en el agua transparente, con el masaje de esta orilla y el 'pilin' al que te somete las ráfagas, flotando entre ese indescriptible celeste blanquecino y el auténtico infiniti pool que es el atlántico glass de estos vientos.
Es difícil explicar a quien no lo tiene asumido en la entraña, que la vida no es más que este tiempo, sople el viento que sople, sean Los Aires Difíciles de Almudena Grandes o las horas perdidas sin modo alguno de conectarse al resto, y que lo que resta del tiempo no es nada, ni importa, ni tiene sentido si no es por este lugar en el fin del mundo y por estos días, por el sabor, la arena, la sal, la carne de retinto o el atún, la familia, los amigos y esa gente especial que es parte siempre de tu vida, aunque sea aquí donde los sientes con más intensidad que en ninguna parte.
El Levante fuerte se come también las olas, y tampoco importa.