‘Algo está cambiando’. Esta fue la frase más escuchada hace casi un año cuando, en junio de 2012, el señor Yves fue destronado de su reino parisino que el cartelista y diseñador gráfico Cassandre se encargó de crear en 1961. Así, Saint Laurent daba paso a una necesaria era de renovación, según unos, a la vez que despreciaba al que había sido su creador y arrasaba con su legado artístico, según otros.
Pero el nombre y el logo de la firma no fueron los únicos cambios que Slimane, su diseñador artístico, llevó a cabo. Con la colección primavera-verano 2013 demostró que allá donde fuese sus reglas se impondrían sin ningún tipo de piedad. Lo hizo en Dior Homme y lo haría de nuevo para YSL. Una seguridad que genera una gran confianza hacia su persona pero que, para los amantes de la tradición y la historia generada a base de éxitos, no es nada más que una desfachatez.
Porque si hay algo que identifique a la maison es, precisamente, la elegancia fabricada con innovación y con ingredientes explosivos que dejan en la boca esa sensación de rocambolesca grandiosidad sin necesidad de recurrir a los extremos actuales. Que ya me diréis si no se trataba de una locura, y bendita locura, la incorporación en los años 60 del esmoquin, traje de etiqueta extremadamente masculino, dentro del armario de una mujer, o llegar a la industria e implantar una línea comercial que aleja la moda de la alta costura para pasearla por el día a día del asfalto, con el invento del prêt-à-porter.
Que los tiempos cambian ya lo sabemos, pero no debemos olvidar que toda obra cuenta con un genio detrás que comenzó colocando la primera piedra para crear un imperio a base de ostentación y , por qué no, escándalos basados en las primeras modelos de ébano que desfilaron en su nombre por las pasarelas de medio mundo, entre muchos otros tantos.
Ahora, como si no fuese suficiente este ‘lavado de cara’ tan cuestionable que lleva acabo el señor Slimane, las productoras cinematográficas se lanzan cuchillos entre ellas para hacer llegar a las pantallas una de las que, según se prevé, será una de las películas más esperadas del año. ¿El problema? Cuestiones de ‘coronas’: una cuenta con la autorización para utilizar los vestidos y el logo en posesión de Pinault, dueño de la marca, y la otra está bendecida por Bergé, el eterno amante de Yves y el dueño de su legado creativo.
Una disputa que, gane quien gane, acabará lanzando la historia sobre una de las vidas más importantes en el mundo de la moda y que, probablemente, se acabará distorsionando como viene siendo costumbre, y no siempre acertada, en el cine.
Ya veremos qué ocurre porque, las cosas como son, el tiempo acaba colocando a cada uno en su sitio pero de momento, mire usted, el único ‘saint’ de este cotarro sigue siendo el señor Yves.