Los seres humanos somos perversos por naturaleza. Disfrutamos con los males ajenos y nos deleitamos con los fracasos de los que nos rodean, aumentando el nivel de gozo en proporción al éxito o popularidad de la persona en cuestión, claro. Y para muestra, un botón: si uno pone en cualquier buscador online las palabras ‘suelos’ y ‘desfile’ inmediatamente le asalta un sinfín de imágenes donde lo primero que se ven son cabezas, bragas (con perdón) y piernas kilométricas que intentan luchar contra la gravedad ante un traspiés.
Por regla general son imágenes que suelen incluirse en un collage donde se describe de manera gráfica la caída de la modelo paso a paso, para así no perdernos detalle de cada uno de sus gestos y del acontecimiento en sí. La toma final se dedica siempre al arma homicida: el tacón de 70 centímetros.
Y es que tal como decía antes, no es lo mismo reírse del pardillo del grupo que resbala en la calle a ver a una topmodel, que cobra alrededor de 14.000 euros por desfile, tirada por los suelos… yo no lo entiendo, pero somos así y contra la naturaleza no hay lucha que valga.
Y no, no me dedico a buscar a modelos espatarradas en las colecciones Prêt-à-porter otoño-invierno, sino que mi objetivo es precisamente lo que se encuentra debajo de todo este espectáculo y accidentes de ‘andar por casa’: catwalk o, lo que es lo mismo, la pasarela.
Esa superficie que suele acompañar a las modelos alrededor de unos 40 pasos. Ida, descanso, giro y regreso. Porque parece ser que a nadie le interesa la historia de un suelo. Un suelo que lanza a la fama a diseñadores y que también es capaz de sumergirlos en el mayor de los fracasos; un suelo que vive en sus propias ‘carnes’ el ir y venir de mujeres de 1,70 que pasan en un día de ser nadie a ser tops y, en definitiva, un suelo que no deja de formar parte del gran show en el que hoy día se ha convertido el mundo de la moda.
Para movernos por territorio nacional me tomo el lujo de hablar de una de mis grandes debilidades: Ailanto. Su otoño-invierno 2012 no solo consiguió meternos de lleno en la magia oriental con sus propuestas, sino que el suelo fue el principal hilo conductor para recordarnos que nada existía fuera de ese entorno; que Chinoisere (así se llamaba la colección) tenía una ‘tierra’ propia, para la que se encargaron diez piezas de tela con estampados asiáticos.
Juan Vidal nos invitaba en la primavera-verano 2013 a un viaje utópico al paraíso a través de Candela y su paseo por el jardín de baldosas, como comentaba el propio diseñador. Una pasarela de cerámica, creada expresamente para la ocasión, lucía por entonces con estampados inspirados en las famosas lámparas de Tiffany’s. Tema a parte es el desfile de Chanel, que contó con placas solares fotovoltaicas como pasarela en la que tampoco faltaron los molinos de viento…
Y es que las caídas tontorronas serán graciosas pero no se puede negar que sabiendo todo esto el ‘aterrizar’ en territorio fashion sienta mucho mejor…