Hay cosas inevitables, como el hecho de comenzar a escuchar los términos ‘Honeysuckle’, ‘Sand Dollar’ o ‘Tigerlily’ y que, sin poder remediarlo, un leve escalofrío me recorra todo el cuello y se me ilumine la bombillita que normalmente sirve para identificar aquello que en mi casa se conoce como ‘pijadas’. ¿Prejuicios? Lo mío sí… y lo de los demás también. Pero hay que reconocer que una intenta ponerle empeño y que con un poquito de paciencia e historia, la cosa se endereza.
Los términos nombrados no son, ni más ni menos, que simples colores que ensalzan su talento enmascarándose tras apellidos imponentes (porque los apellidos en inglés siempre imponen) procedentes del gigante que controla el mundo cromático: Pantone. Un pequeño negocio que comenzó creando en los años 60 tarjetas de colores para empresas de cosmética y que hoy día controla prácticamente todas las tendencias. La moda es uno de sus súbditos, por supuesto, y si no que se lo pregunten a Louboutin, cuya falta de referencia de color, perteneciente a este sistema de identificación, para su famosa suela roja le ha ocasionado algunos dolores de cabeza.
Pues bien, esta primavera-verano no iba a ser menos y, como en todas las temporadas, el señor Pantone se ha puesto manos a la obra para desvelarnos que el verde esmeralda, Emerald para que imponga, inundará nuestros armarios. Porque lo cierto es que nos guste/favorezca o no, alguna prenda o complemento, por muy pequeña que sea, acabará en uno de nuestros cajones, recordándonos que, al igual que el resto del mundo, acabaremos sucumbiendo a lo que se nos ponga por delante.
Y mira que yo intento convencerme a mi misma de que el Emerald va a cambiarnos la vida o, al menos, la esperanza. Que con la que está cayendo no viene nada mal un poquito de positivismo, relajación, frescura y medio ambiente… Aunque esto es tema aparte. Mucho verde, mucho ánimo, pero en la industria no quieren ni oírlo, y mira que los de Greenpeace se encargan de recordárselo, pero parece ser que las cuentas son las cuentas y que nosotros no somos más que unos fashion victims, de los malos, claro. Hasta tal punto que el ‘made in’ comienza a desaparecer sospechosamente y uno ya no sabe si está comprando producto chino o tailandés ni si se enfunda unos vaqueros creados con nonilfenol etoxilato o no.
Yo, por si las moscas, esta tarde me encargo de meter algo de ‘esperanza’ en el armario, no vaya a resultar que de verdad sea una fashion victim y, al menos, que me pille el disgusto con el color de la temporada.
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