¿En el mundo de la moda? Pues sí. De hecho, según la noticia que leía el otro día, se trata de algo que era bastante común en el pasado y, por lo visto, del presente. En España obviamente no sabemos nada de esto, ya que aquí, en primer lugar, el mercado no ha llegado ni de lejos a los niveles que podemos encontrar en el mundo internacional, con marcas que no solo lanzan colecciones, sino que, como se puede ver, mantienen un imperio.
La noticia en sí hablaba de la negativa rotunda por parte de las casas de moda a cualquier tipo de publicación con respecto a sus colecciones. Algo que puede resultar rocambolesco pero que, por otra parte, cobra sentido si tenemos en cuenta los ceros que se suman a los dólares que dichas empresas invierten en publicidad. Lo que viene siendo, y lo que en mi casa se conoce como un ‘atao en corto’. Aunque parece ser que las exclusiones de ciertos medios a las pasarelas se ha quedado en el pasado, Dolce&Gabbana cuenta con ciertas ‘rencillas’ que se niega a resolver con el New York Times. Aunque quizás lo apropiado sería decir que, hace unos nueve años, fue la pluma de Cathy Horyn la encargada de que esta enemistad tuviese lugar. Y es que la periodista estadounidense tiene un historial de momentos célebres que ha hecho templar a grandes casas de la industrial, tanto de textil como de comunicación.
Así pues, para Horyn Chanel quedó en el 2010 como ejemplo de una cadena de restaurantes de Disney. En el mismo año la Semana de la Moda de París fue un ‘una eternidad de ropa mala comprimida en cuatro días con los editores embravecidos como confinados por falta de diversión’. En el 2006 Matthew Williamson fue la víctima, refiriéndose a su colección para Pucci como una imitación mala de estilos recopilados pertenecientes a diseñadores como Jacobs y Rykiel. Estas joyitas, junto a muchas otras más, hacen que Horyn sea una de las críticas más temidas de la moda, incluso catalogada como maleducada y sin conocimientos.
La pregunta es, ¿y qué se pretende en estos casos? ¿está la profesión ante cualquier negocio? ¿prima la opinión disfrazada de matices aduladores o la conformidad precavida? ¿está justificada la prohibición de las críticas ante estos casos extremos?