No es cuestión de decir en voz alta que ya no hay diseñadores como los de antes, pero es que la frase lleva toda la razón. Una se pone a pensar en las cosas que se han convertido en un ‘must’ en los últimos años y es muy probable que la mayoría no haya sobrevivido más de dos temporadas seguidas. ¿Por qué ocurren estas cosas?
La minifalda, los shorts, los traje de chaqueta, el vestido liso y con líneas sencillas… Son descubrimientos que ahora puede que no tengan ningún toque especial porque han pasado a ser parte de un fondo de armario cualquiera pero que, en su día, fueron algo extraordinario y rompedor. Ahora esas cosas no ocurren… Atrás quedaron esos momentos en los que la innovación, la genialidad y la funcionalidad se unían para dar forma a cosas bonitas que poder cambiar su nombre de tendencia a imprescindible. La rebeldía del género que decidió poner algo de comodidad al vestuario femenino, rompiendo los límites de lo establecido como ‘correcto’ y dando paso a un torrente de inspiración.
Ahora nos encontramos con pompones en el bolso, con tiaras en la cabeza, con botas de invierno que dejan la mitad del pie al descubierto, con vestidos lenceros o con trajes de dos piezas de seda a modo de pijama. ¿Pasarán a formar parte de la historia de la moda? Probablemente no, porque no nos encontramos ante un caso que suponga un beneficio extra que el de convertirte en persona ‘it’ mientras está de moda. Es probable que el street-style sea el que lleva las riendas en lo referente al que se convierte en moda, pero la calle no es la solución para crear algo que aún no ha sido creado. Puede ser el motivo, pero no el origen y, mientras llegan nuevas necesidades y alguien que las transforme, nos conformaremos con lo que todos llaman ‘evolución’ con la esperanza de que un nuevo cambio se avecine… Y que sea de los que nunca muere.