Que la ropa de baño supuso en su día una auténtica revolución y una herramienta de rebeldía contra la sociedad no es ninguna novedad. Todos sabemos que allá por los años 70 el feminismo hizo de la liberación la nueva insignia en todos los aspectos del armario de la mujer, a pesar de que parece que el tiempo siempre le da una vuelta de tuerca a la historia. En esta ocasión el culpable es el bañador.
Con esto del ‘primaverano’ que estamos teniendo, las marcas están frotándose las manos con el cambio de vestuario, incluyendo, por supuesto, el ‘swimwear’. Durante años los bikinis se han hecho con el mercado en todas sus versiones: desde formas triangulares hasta bandeaus, estampados, tejidos, rellenos, tangas, brasileñas y, por supuesto, la apuesta renovada por el trikini, esa pieza que una no termina de tener muy claro cuándo ponérsela: si en casa o en la playa, debajo de una sombrilla, con protección 50+ y con el correspondiente rezo rápido para que pase un milagro y el sol no te deje marcas cual cebra.
Y después de todo esto, que durante años se ha convertido en must de la temporada, parece ser que la elegancia vuelve a refugiarse en el pudor más romántico, inocente y femenino. Con cuerdas en los laterales, atados al cuello, escotes insinuantes o de tiro alto: todas sus variaciones valen.
La pieza entera vuelve a inundar escaparates como sinónimo de glamour adaptado a todas las facetas de las mujeres. ¿Estamos antes un retroceso en la historia? Por supuesto que no. Estamos ante tendencias, es decir, fenómenos que están por encima de todo lo sucedido en épocas anteriores, por lo que la polémica, por supuesto, está más que enterrada.
¿Volverá a desterrar el bañador al bikini? Probablemente no, porque en pleno siglo XXI la practicidad llega a imponerse por encima del streetstyle, pero sólo hace falta echarle un vistazo a los reyes del mercado para ver que las necesidades y gustos de las mujeres están más que cubiertas.