Admito que la curiosidad me puede, aunque en ciertas ocasiones el límite lo establezca en una distancia considerablemente corta, algo que no se ha dado en esta ocasión. Llevamos años hablando y soñando con el estilo masculino adaptado a la feminidad, no mediante la transformación de patrones sino mediante la transformación directa del maniquí. Algo tan sencillo como pasar del armario del hombre al de la mujer.
Esta ‘innovación’ nos ha llevado a disfrutar de grandes delicias como el abrigo largo de lana con solapas cruzadas y bolsillos laterales. Un modelo que se ha visto desbancado por la aparición de diseños más funcionales para el frio, como los plumas, pero que sigue guardando su identidad como prenda de elegancia y sofisticación. ¿El mayor representante de esta distinción? El Polo Coat, el mismo que este año regresa a los escaparates navideños de los grandes almacenes.
Investigando estos días descubrí que el mítico abrigo que hemos visto llevar a nuestros abuelos, a banqueros, a consultores y que ahora compramos nosotros en cualquier tienda, tanto de lujo como low-cost, tiene su origen en Gran Bretaña –no podía ser de otra forma- aunque fue una de las tiendas de caballeros más famosas de EEUU quién la convirtió en todo un icono en el siglo XX. Brooks Brothers hizo del abrigo Polo una insignia de los hombres adinerados que asistían a los partidos de polo o tenis (cuyos jugadores previamente habían utilizado este abrigo para abrigarse durante los descansos de partidos) que más tarde heredarían los jóvenes de los años 20 que estudiaban en las universidades más prestigiosas de la League.
Desde entonces Polo se ha visto sometido a modificaciones de tejidos, largos, estampados y algún que otro atrevimiento pero aún así se trata de un corte que perdura en el tiempo y que sobrevive a generaciones con un aliado: el también clásico color camel.
Una inversión que nunca pasa de moda, que veremos bastante durante estas fechas y de la que, sin duda alguna, uno no se arrepiente nunca…