Hot & Spicy

La apariencia del sexo

Nosotras lo tenemos claro. Clarísimo. La conquista es una guerra a la que hay ir preparada. Bien preparada.

Te depilas hasta el más mínimo detalle, 2 horas; te hidratas, 15 minutos; eliminas cualquier rastro de dureza de las plantas de tus pies, 20 minutos; te hidratas más, 10 minutos; repasas tus cejas, 15 minutos; le dedicas todo el mimo a tu pelo, al secador, estirar, rizar, y dejar perfecta la caída del flequillo sobre tu ojo derecho para que te de juego a moverlo un poco, 1 hora y media; revisas de nuevo las cejas, 5 minutos; te doblas sobre las ingles -viva Pilates y el Yoga- con las pinzas en la mano por si hay que arrancar algún pelito esquivo, 10 minutos; revisas también las axilas enredándote sobre ti misma como una auténtica flamenca calipo, 10 minutos más; te hidratas con esa cremita íntima las ingles y los interiores de las nalgas; las cocochitas, 5 minutitos; te haces las uñas, francesas, 1 hora larga hasta que quedan perfectas, naturales, casuales; un poco de maquillaje, muy natural que para eso una es muy mona, unos minutitos hasta que queda perfectamente extendido; te pintas el ojo con esa sombra que acentúa tu mirada felina que no deja lugar a dudas, 3 tonos y una larga raya que asoma lo justo más allá del fin de la pestaña, un pelín retro, tremendamente sugerente, 20 minutos; te pruebas tres conjuntos diferentes de lencería, Fleur of England, Andrés Sardá, Chantelle, que no se note tanto que está una preparada y predispuesta, pero que no falte detalle, y que no moleste, tres conjuntos o más, según el día; cinco minutos ahora, dos después, cuatro en un rato, pellizcando la grasa corporal de aquí o de allí, comprobando que la edad y los excesos no te perdonan y a pesar de todo, genética (de la de los estudios de cosmética), una está estupenda, estupendísima, magnífica; te la juegas con un conjunto y esos Louboutin, mejor los grises de Jimmy Choo, pero te cambias ese vestido por la falda gris marengo, clásica, ceñida, con esa larga abertura hasta medio muslo, y eso requiere una blusa, un poco abierta, o no, de seda, blanca, o no, o mejor el vestido de tirantes a hombro visto, pero claro los zapatos, y el reloj! y los anillos, y entonces un collar… total, una insalvable hora y media más. Y diez minutos más abriendo los frascos de tus perfumes favoritos, este, hummm, algo más oriental, este, hummm, menos pasional, hummm, más floral, hummm, más exótico, humm.

Osea, un sábado normal, todo un sábado normal.

Y cuando has salvado el encuentro, la cena hablando de cosas banales, baladís, te tomas algo con él y ya empiezas a sentirte cómoda, os vais a dar un paseo y resulta que es un tipo realmente interesante, ve fútbol pero no es un loco apasionado que lo deja todo por ver el partido de liga en el bar, le apasiona el Jazz, jamás ha leído un libro de autoayuda, sabe quién es Kawabata, y te mira con unos ojos limpios que te agradan, es tímido pero capaz de contarte la mitad de su vida de un tirón y con gracia, os reís, os rozáis y acabáis besándoos en medio de la Gran Vía de la forma más tonta y adolescente, y os decidís a iros a algún sitio más confortable, con sábanas limpias, moqueta limpia, una ducha de pizarra y cristal y unas preciosas e innecesarias vistas a medio Madrid, le besas, le metes mano por encima del pantalón, empuja los tirantes del vestido, te bajas de los tacones, tira la chaqueta, le quitas la camisa, le vas bordeando con los brazos mientras os besáis con pasión y te agarra de las nalgas y zas! ahí está su espalda llena de pelo (sí, pelo, podría decir un poco de vello, pero la verdad es que da igual el tamaño y el grosor, el pelo es pelo) ¿Y qué haces? Pues mira, respiras hondo y esperas que sólo sea eso, pelo en la espalda, pero no, es pelo, pelo por todo el cuerpo, por todas partes. Y te apartas, te miras, piensas en lo mucho que te has preparado tú para ese momento y lo injusto que es que tú, machito, hayas dado los preparativos por bastantes con esa duchita, ese peinarte y ponerte unos vaqueritos y tu blazier de los domingos, con afeitarte, con ponerte ese perfume que te regaló tu hermana.

No, a la guerra hay que ir preparado, sin cargas y al menos tan depilado como yo, que luego una se pone y en vez de centrarse en los detalles y disfrutar del momento se pasa el rato desbrozando selva intentando encontrar el camino o a la Indiana trepando por una enredadera, o atrapada en un amasijo de pelo como de gato atragantado. Y aunque no fuera por eso, aunque no sea por mí lo que tienes que saber es que ahí escondido lo tuyo aparenta mucho menos de lo que es. ¿A que ahora las apariencias sí que te importan?

Las imágenes que ilustran este relato son de la Colección Primavera Verano 2014 de KS París.

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