... tanto que pongo en su recuerdo cierto empeño asignándole aquel o aquel otro perfume de mi pasado, de la experiencia, a juego con la seda de Hermès que lucía bajo las solapas del abrigo o el Loewe de piel que apoyó en la silla y el verde intenso de sus ojos, pero la verdad es que no había olor en él, no olía a nada, ni a ámbar, ni a bergamota, ni a maderas, ni a flores, nada en su olor era pecado, pasión o vida porque o no tenía o lo había perdido. Como seco, que incluso el olor a limpio es algo que toda piel tiene su aroma, pero él era eso, simplemente era lo que a simple vista era, todo imagen, impecable imagen.
Sin embargo, pasado un rato desde que nos presentaron, los dos nos habíamos sentado sobre una mesa al fondo del salón con las piernas colgando y yo mostrándole rodillas, nada serio, nada importante, nada íntimo, un quién eres - quién soy discreto y sin detalles demasiado personales que nos ocupó algo más de media hora, mirándonos lo justo, hablándonos, sin tocarnos, conscientes de que aquellos pasados nuestros eran una transición, un paseo entre nosotros, un ir del tú al yo, del mí al tú. Yo miraba su boca, él miraba la mía, yo su pelo, él mis dientes, la base de su mentón, mis ojos y contándonos nuestras vidas prolongábamos, alargábamos con cortesía y elegancia el tiempo, aparentando no tener prisa, no estar de paso. Esperando, por favor, que sude un poco, que huela a algo, que no me rindo del todo más que a un aroma.
Y yo miraba su boca intuyendo tras la perfecta línea de sus dientes aquella lengua cálida para encontrar un poco más de conversación, pues resulta que, y ya sabrás que, cómo me gusta, sí!, toda corrección, sosteniendo un sencillo interés -lo justo, no mucho, no poco- y la espalda recta, un pequeño detalle sobre un hilo de su abrigo- porque tras su belleza estaba la intriga. Si no huele a nada, ¿sabrá su piel a algo? ¿sabrá su boca? ¿cómo será el tacto de su lengua? ¿será todo tan impoluto como su aroma? ¿cómo es un hombre sin olor cuando te abraza? ¿cómo se moverá cerca? ¿cómo se entregará? ¿se entregará?
Así, cuando recuperé el interés por aquella sonrisa, su elegancia y su belleza, pasados los días, tan solo tenía su tarjeta, un teléfono profesional y una especie de pulcra sensación que llené a ciegas y a solas; le fui quitando a su recuerdo el abrigo, el Hermès, el Omega, la impoluta camisa blanca, sus chinos oscuros, el boxer, le empujé suavemente a la altura de mis caderas y entonces, sólo entonces, dejó de importarme no tener un olor al que rendirme y en el que recordarle en el tiempo. Como en la ausencia de un sentido, el tacto, el de su lengua, parecía concentrar el resto en uno solo y en un solo lugar de mi cuerpo desde el que llegaba a todos los demás, a todo, al resto. Tuvo su gracia, su momento, pero un hombre sin olor, querida, siempre siempre es asexuado. Que amar es un perfume.
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La campaña que ilustra este review es de la primavera de 2011 de Wild Orchid, con Nadine Strittmatter fotografiada por Steven Lyon.
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