La otra tarde llevé a mi hija a la peluquería. Merche, la peluquera, le preguntó: "Bea, ¿qué te hago?" Y Bea, echándose con las dos manos la melena hacia atrás, respondió muy resuelta: "Córtame las micropuntas. Por favor". Genial ¿no? Las micropuntas.
Bea querría tener una melena como la de la protagonista de Enredados y a mí me cuesta horrores llevarla a la peluquería cada vez que le toca sanear las puntas. Siempre le digo que le cortarán un poquito de nada, que casi no lo va a notar. Pero cuando Merche acaba, Bea sea asoma por el respaldo de la butaca y cuando ve el suelo lleno de pelos, sus pelos, me mira entornando los ojos y negando con la cabeza mientras me suelta: "Me has mentido. Otra vez". Entonces yo le digo: "No te enfades Bea, esto tenías que aprenderlo antes o después: las peluqueras no te escuchan. Y si te escuchan, no te entienden". Así que esta vez decidió que resolvería ella sola el asunto. Y lo cierto es que lo consiguió. A Merche le hizo mucha gracia lo de las micropuntas y eso fue lo que le cortó: lo mínimo, sólo lo necesario. Y cuando Bea pegó un salto para bajarse de la butaca y de los tres cojines sobre los que la habían sentado, echó una ojeada triunfal al suelo y me miró sonriendo mientras decía: "¿Lo ves? A mí sí que me entiende".
El caso es que esto de las micropuntas me recordó algo que me contó una vez Juan Belmonte, uno de los mejores peluqueros que tenemos en este país: "Yo fui uno de los pioneros en hacer crestas. Y tenía una amiga, muy clásica, que cuando venía a que le arreglara el pelo, siempre me decía '¡Juan, por Dios, sólo las puntas!'. '¡Juan, por Dios, a ver qué me haces!'. Así que ni me lo pensé. Y cuando monté mi peluquería, hace ya diez años, le puse así: ¡Juan, por Dios!".
La próxima vez que me toque ir a la peluquería me voy a llevar a Bea para que hable con Merche y le explique lo que quiero: cortarme las micropuntas y teñirme las maxicanas, a poder ser, en un tono discretito lo más parecido posible al mío natural, que no es precisamente rubio ¡Merche, por Dios!