Cuando por fin, después de diez intensos minutos pudo liberar el mecanismo, salió catapultado de la capsula y comenzó a descender con el paracaídas principal. Más tranquilo, vio desde las alturas un río grande y adivinó que era el Volga, y Saratov, la ciudad donde se había formado como piloto. A las 10:20 del miércoles 12 de abril de 1961, una campesina siberiana y su nieta fueron las primeras personas en ver la aturdida silueta del komsomolenfundado en su mono naranja. ¿Vienes del cielo?, preguntó inquieta la anciana. Sí, pero no se alarme. Soy soviético.
La hazaña que acababa de alcanzar resumía una larga historia de sueños y esfuerzos comenzada pocos años después de terminar la II Guerra Mundial, cuando la URSS tomó la decisión de construir un rampa de lanzamiento de cohetes balísticos en medio de la nada. Habían pasado más de veinte años desde la sospechosa explosión registrada en el sótano de un edificio moscovita cuando llegaron los primeros camiones a la estepa kazaja, a lo que después sería el cosmódromo más grande del mundo, Baikonur. Nombre tomado de un poblado situado, en realidad, a unos 350 kilómetros al norte de donde se construyó la primera rampa de lanzamiento, una ocurrente maniobra para despistar a Estados Unidos en plena Guerra Fría, al menos por un tiempo. Y es que la carrera espacial confrontaba algo más que los esfuerzos y los recursos de las dos potencias mundiales en su intención de explorar el espacio.
A los tres meses de su épico peregrinar cósmico, en el aeropuerto José Martí de La Habana lo recibieron como el héroe de la patria socialista universal que definitivamente había dejado atrás a los Estados Unidos en una carrera por la conquista del espacio que no había hecho más que empezar. En aquel ambiente gozoso, reciente la victoria en Bahía de Cochinos que había reforzado el prestigio de Cuba ante la mitad de la humanidad, el régimen le otorgaba su más alta distinción, la primera Orden Playa Girón en mérito a su gesta y a su ilimitada fidelidad a la causa socialista. Mientrastanto, una muchedumbre deseosa de ver y tocar al hombre que había conquistado el universo lo homenajeaba a su manera, con los pies luchando por despegarse del suelo, el son de sus cuerpos revolucionarios y coreando una conga que, por lo pegadizo de su estribillo, muchos habaneros seguían recordando años después de la proeza, Yuri, Yuri, Yuri, Yuri Gagarin, yo me voy pal cosmos montado en un patín.
Siete años más tarde murió al estrellarse el Mig 15 en que hacía un vuelo rutinario. Unos afirman que estaba borracho, fama que fue recogiendo desde que se lanzase desde el segundo piso de un sanatorio en Crimea donde se encontraba para soportar la vida ebrio, alejado de la fama y de tanto brindar. Una salida poco honrosa para un héroe de la Unión Soviética. Aunque la humanidad difícilmente olvidará el valor y la fe inquebrantable del primer hombre que logró ver la tierra desde el espacio y el que más cerca había estado nunca de las estrellas.