No hay ni ley ni ordenamiento más digno...que aquél mediante el cual se instituye una verdadera, unificada y santa república en que se aconseje con libertad, se delibere con prudencia y se ejecute con fidelidad; en la que los hombres sientan la necesidad de abandonar sus conveniencias personales en la deliberación de los asuntos para mirar al bien común... en la que no exista quien alimente los odios, las enemistades, los contrastes y las facciones que originan muertes, exilios, dolor para los bondadosos y exaltación para los malvados, sino que éstos se vean plenamente perseguidos y sofocados por la ley.
Nicolás Maquiavelo.
Minuta de disposiciones para la reforma del Estado de Florencia, 1522.
No es necesario realizar un gran esfuerzo para comprender lo que todo el mundo espera de los historiadores: que busquen la verdad de los hechos con asepsia, objetividad y con la pulcritud necesaria para que los factores políticos y sociales no empañen la interpretación de los hechos. Pero como el deseo es una cosa y la realidad es otra de naturaleza bien distinta, el conocimiento alcanzado no sólo es imperfecto y precario, sino habitualmente discutible... y casi nunca inocente. Maestra de vida, luz de la verdad en la que no hay pretensión alguna de neutralidad ni de exponer de forma íntegra lo acontecido.
Para Maquiavelo, la Historia es Política y por tanto sirve para escoger acontecimientos según la intencionalidad ideológica del autor y extraer enseñanzas morales. Entre estas, la del vivere libero, principio que apuntaba a que la libertad únicamente sería eficaz cuando se hiciera prevalecer la ley sobre el appetito de los hombres particulares; e inexorablemente vinculado a este, el vivere civile, el ejercicio de la virtù política nacida de la voluntad libre de los ciudadanos de la República. Virtud que no debe entenderse como aquella actividad destinada únicamente a la conquista del poder, sino también como aquella orientada a controlar y cambiar el destino de la comunidad. Desde entonces, libertad e igualdad se han convertido en una reivindicación que puede rastrearse siglos más tarde en el Tratado Político de Spinoza, en el Contrato Social de Rousseau y en toda la obra de Montesquieu.
Como la naturaleza no ha dado a las cosas terrenas el poder detenerse, cuando éstas llegan a la cima de su perfección, al no tener ya de llegar más alto, no les cabe otro remedio que declinar. En su intento de construir un ejemplo moral, Maquiavelo articula la Historia entorno a la ascensión y el ocaso de las naciones, decadencia que asocia a la corrupción entendida como un proceso dinámico y colectivo de degradación de una comunidad política cuando desconecta del fin que la alimenta -el bien común-. Poco a poco se consuma el desacuerdo entre lo que se dice que se hace y aquello que los ciudadanos se sienten en la obligación de hacer. Por eso, ante todo la corrupción es un estado de degradación moral colectivo en el que las normas son trasgredidas por una sociedad que mira hacia otro lugar.
No es difícil encontrar en estos días quien, con razón, piensa que han nacido para currar sin medida y otros para...pegarse la vida padre a golpe de black card. No seré yo el que no vea en Maquiavelo lo que ya vio Busini, a uno de los más señalados amantes de la libertad, pero también al consejero astuto y sin escrúpulos de Lorenzo de Médici. Ambas caras vienen bien para entender que en esta fase del proceso no es posible saber a qué atenerse, y que como nada es lo que dice ser, quien deja de hacer lo que hace por lo que debe hacer, corre a la ruina en lugar de beneficiarse.