Es 12 de diciembre de 1936 pero, a pesar del frío, el día es claro y la mar se encuentra en calma. Avanzan lentamente a profundidad de periscopio hasta que el Kapitänleutnant repara en un submarino español parado en superficie con tres hombres en cubierta. Es un curtido oficial ágil en el cálculo y, aunque ha errado en sus últimas cuatro descargas, analiza con rapidez las ventajas e inconvenientes de la acción. Escasa profundidad, buques a la vista, rumbo y demora, tiempo, velocidad, ángulo de disparo…abajo periscopio. 14:19 h, el disparo de cuatro torpedos inicia la cuenta atrás, aunque finalizado el cómputo no escucha una explosión. Sin embargo, a las 14: 25 h, el hidrófono le informa que percibe a través de sus auriculares un ruido comparable al de un buque hundiéndose y, en diferente demora, la hélice de otro, identificado como el destructor británico Acasta, que se dirige a toda velocidad hacia ellos. Conociendo bien la maniobrabilidad y capacidad de inmersión de la nueva clase VII de la Kriegmarine, el U-34 se dispone a abandonar la zona de operaciones y pone rumbo hacia aguas del Atlántico. Esta es la historia del hundimiento del submarino C-3 y el homenaje a los treintaicinco marinos españoles que murieron en la acción.
Comenzada la Guerra Civil, casi la totalidad de las unidades de la marina había quedado en manos del gobierno de la República y mantenía operativos a once de los doce submarinos de la flota que, desde su base en Cartagena, operaban contra el transporte de tropas y abastecimiento nacionales desde los puertos del norte de África a la península. Aquella tarde de diciembre, no muy lejos de la costa a la altura del popular barrio malagueño de El Palo, el C-3, que sólo debía temer un ataque aéreo, desempeñaba ese cometido.
No obstante, en Alemania, apenas un mes antes y a propuesta del capitán de corbeta Doenitz, el Oberkommando der Marine aprobó una operación con el nombre en clave Úrsula - la hija de Doenitz - consistente en enviar dos sumergibles en misión secreta de apoyo a las fuerzas nacionales para intentar contrarrestar ese desequilibrio naval, además de garantizar la seguridad del personal alemán evacuado del conflicto. Pero, sobre todo, debía experimentar con la capacidad de ataque en misiones a larga distancia de los nuevos submarinos clase VII, recepcionados muy recientemente por la Kriegmarine, y fabricados para ganar la batalla del Atlántico en la Segunda Guerra Mundial.
Así fue como las unidades U-33 y U-34 de la Segunda Flotilla Saltzwedel de Submarinos zarparon de su base en Kiel. Cada uno tenía asignada una zona de patrulla dividida por el meridiano del Cabo de Palos quedando el U-34 al cargo de la zona comprendida entre este y Gibraltar. Con el objetivo de no comprometer la política exterior alemana en un ardiente clima prebélico mundial, debían observarse minuciosamente las órdenes dadas desde Berlín, que eran que los ataques sólo se realizarían cuando no pudieran ser identificados, dentro de las tres millas de aguas españolas, contra mercantes o buques de guerra republicanos o soviéticos y bajo ningún concepto con bandera inglesa o francesa; la presencia del Peñón en manos británicas y la propia importancia del Estrecho como vía de comunicación militar internacional hacían de esta última una orden especialmente relevante.
Bajo estas estrictas condiciones, el uno de diciembre alcanzó su área de patrulla, pero después de once días de intentos sin resultados satisfactorios, recibieron la orden de regresar a la base bajo el pretexto de no poder asegurar el aprovisionamiento encubierto planificado en un principio.
Al desengaño inicial pronto le siguió el éxito que supuso el encuentro casual y hundimiento del C-3, el primero provocado por un submarino alemán desde la Primera Guerra Mundial y el primero de un submarino clase VII. No obstante, la propaganda de uno y otro bando condenó al C-3 al olvido. Los nacionales difundieron que la tripulación había desertado y rebautizaron como C-3 a un submarino italiano, mientras que el cada vez más débil gobierno de la República aseguraba que la embarcación se hundió por un problema interno. En Alemania se destruyó toda la documentación de la Unternehmen Ursula, a excepción de unos breves apuntes personales del contralmirante Boehm, entonces comandante de las Fuerzas de Reconocimiento, gracias a los cuales se conoce misión secreta que causó el hundimiento del submarino español.