Observen el cuadro. De aspecto marcial, su uniforme azul lo identifica como servidor del Estado. Podría ser un militar, un marino de alta graduación a tenor del profuso empleo de laurel y palma y la banda que diagonalmente recorre su pecho. Pero los más observadores repararán en el fajín morado que distingue al conjunto de las ingenierías civiles-, y sobre todo, en la punterola y el martillo en aspa de sus galones. Como reconocimiento a su excepcional labor profesional, porta las Grandes Cruces del Mérito Civil y del Mérito Agrícola, las de Alfonso X el Sabio y de la Orden de Cisneros, además de la Gran Cruz de Caballero de la Real Orden de Carlos III. En su tiempo libre, se distraía con la Malacología, la Ornitología, la Filatelia y la Paleontología, alcanzando con esta última disciplina prestigio internacional por su asombrosa colección de lamelibranquios y gasterópodos. Es Juan Gavala y Laborde, Doctor Ingeniero de Minas y este es el cuadro que pintó José Pérez Vargas en 1963 para la galería de directores del Instituto Geológico y Minero de España. Pero, ¿qué hace en una de nuestras Galeras Reales?.
Inmediatamente después de terminar la carrera, Juan Gavala se dedicó a la elaboración de la cartografía geológica básica para localizar y aprovechar las propiedades de minerales y rocas. No exento de las dificultades técnicas propias de la España de principios del siglo XX, es acreedor de un buen número de publicaciones sobre los yacimientos de petróleo en Burgos y Andalucía, los depósitos de molibdeno en Almería y Granada, las sales potásicas de Navarra, los lignitos y pizarras bituminosas en Teruel, los criaderos de plata en Guadalajara o los yacimientos de hierro en el Sahara.
La Bahía de Cádiz es una región compleja y hasta entonces poco conocida geológicamente. El trabajo de Gavala puede considerarse la primera obra científica profunda sobre los estuarios de los ríos Guadalete y Guadalquivir, dándolos a conocer a través de sucesivas publicaciones desde la que, con el título de Cádiz y su Bahía en el trascurso de los tiempos geológicos, apareció en 1927. Pero a esta profundidad hay que añadir la originalidad de sus planteamientos y formas de estudio puesto que, no contento con llegar a conclusiones estrictamente profesionales, sintió la curiosidad de contrastarlas con la Ora Marítima, poema escrito en la segunda mitad del siglo IV por el geógrafo latino Rufo Festo Avieno, que revelaba elementos claves sobre la mítica Tartessos y la presencia griega y fenicia en el suroeste peninsular. Y se hizo con las dos ediciones españolas que existían sobre el poema.
La primera de ellas, la del respetado Adolf Schulten, arqueólogo, historiador y filólogo alemán, publicada en 1922 en la prestigiosa revista Fontes Hispaniae Antiquae y considerado el estudio más completo que existía sobre Tartessos. La segunda, la del académico Antonio Blázquez, publicada en 1923 en las Memorias de la Real Sociedad Geográfica. Su afición a la Malacología, cuyos tratados solían escribirse en latín, le permitió descubrir los errores de ambos con una simple ojeada al texto original; mientras la de Blázquez era una transcripción exacta de una defectuosa traducción francesa de mediados del siglo XIX de la publicada en 1488 por Victor Pisano en Venecia, la de Schulten era una traducción directa al castellano, pero también imperfecta.E inmediatamente tomó la determinación de revisar directamente el texto latino.
Después de un laborioso y paciente trabajo, descubrió que el único original conocido tenía infinidad de faltas de ortografía, palabras con escritura defectuosa, muchas de ellas equivocadas y que, posiblemente, el códice original de Avieno estaría escrito en mayúsculas sin separación de palabras, poniendo en duda, incluso, la métrica del verso, deficiencias que atribuyó al primer copista y al escaso interés puesto después por los traductores. Así, gracias a su admirable conocimiento del latín y a su vasto conocimiento geológico de la costa andaluza pudo identificar, entre otros muchos hitos geográficos, la Isla de Cartare, el Lago Ligustino, el Golfo de los Tartesios, y deducir finalmente que la ciudad de Tartessos estaba ubicada donde hoy se asienta la ciudad de Cádiz. Además, con su estudio desmontaba las ideas preconcebidas por Schulten, que se empeñaba en situar a Tartessos en la marisma del Coto de Doñana, lugar por aquel entonces situado bajo las aguas del mar, y las de Blazquez, que trataba de demostrar que las Islas Británicas, la Bretaña francesa, la costa norte de España y la occidental de Portugal se situaban entre el Cabo de San Vicente y Cádiz.
Al igual que los Foinikes nunca aparecieron identificados en el mundo griego como un pueblo, sino agrupados por sus actividades industriales y comerciales, el vocablo Tartessos ya no se utiliza para designar una etnia o una ciudad, sino un lugar al Oeste del Estrecho de Gibraltar en el que fenicios y griegos ubicaban a pueblos relacionados con la metalurgia. Pero la rigurosa reconstrucción paleogeográfica del área costera de la Bahía de Cádiz y las Marismas del Guadalquivir de Juan Gavala continúa siendo hoy en día un trabajo de una precisión sorprendente, y una aportación inestimable al conocimiento de la protohistoria de este Lejano Occidente.