Entre finales del siglo XV y mediados del XVI se asistió a un renacimiento en todos los órdenes de la vida, consecuencia de la difusión de las ideas del humanismo que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. Mundo que, por otra parte, se extendía tras el descubrimiento de un nuevo continente, no sólo de sus territorios sino, sobre todo, de sus gentes. En esta época de transición del Medioevo a la Modernidad, el Derecho Internacional salvaba mediante tres simples fórmulas jurídicas los problemas producidos por el descubrimiento, conquista y gobierno de las Indias. Una primera, heredada del Derecho Romano, afirmaba que el descubrimiento y la ocupación constituían títulos suficientes para legitimar el pleno dominio e incorporación a Castilla de los nuevos territorios. La segunda, recibida de modelos ideológicos medievales, mantenía que los infieles carecían de personalidad jurídica y, por tanto, no eran sujetos de derecho y podían, por tanto, ser esclavizados. A las dos anteriores se sumó, a partir del siglo XV, la donación del Papa, principio que permitió primero la expansión portuguesa por el litoral africano y posteriormente, a través de las cuatro Bulas Alejandrinas obtenidas por los Reyes Católicos del valenciano Alejandro VI, el aseguramiento de la presencia castellana en las tierras descubiertas y por descubrir.
Sin embargo, la lógica resistencia indígena se tradujo en la opresión de los individuos y la expropiación de los bienes y tierras conquistados, de tal modo que el principal soporte legal para frenar las aspiraciones coloniales de otros países europeos de poco servía ante sermones como el pronunciado en la Navidad de 1511 por Fray Antón de Montesino en Santo Domingo que comenzaba así… todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Este sermón supuso el comienzo de una intensa defensa de los indios basada en el principio de que todos los hombres son hermanos e iguales ante Dios y el inicio de la controversia humanista en favor de una Guerra Justa. Para resolver este problema inicial, en 1513 se promulgaron las Leyes de Burgos, primer intento legal que limitaba y humanizaba las condiciones de trabajo forzado de los indios. Respetado pero inútil esfuerzo legislativo, pues las Leyes de Burgos, además de no conseguir detener la explotación–hasta la completa extinción- de los nativos antillanos, ignoraba los conflictos que surgirían poco más adelante, a partir de la década de 1530, ante la conquista de los grandes imperios Azteca e Inca.
Es entonces cuando se produce el Debate de Valladolid de 1550, reunión de teólogos y juristas donde Fray Bartolomé de Las Casas, y Juan Ginés de Sepúlveda discutieron del trato justo a los indios, un asunto de gran trascendencia y que suponía un gran problema moral para la monarquía católica, hasta el extremo de que el rey Carlos I suspendió todas las conquistas en el Nuevo Mundo hasta que esta Junta especial decidiera sobre el método para que todo se hiciera de una manera cristiana. El ganador del debate fue el Padre Las Casas, cuyas ideas sobre el origen del gobierno, el poder del Papa y las responsabilidades de la corona, resultaban en su aplicación revolucionarias, aunque procedían de Aristóteles a través de la escolástica. Para él, la libertad individual es un derecho concedido por Dios como atributo esencial de la persona, de tal forma que por ley natural todos los hombres, sus tierras y bienes, son libres. Además, asegura que el Papa es cabeza de los no cristianos a veces en potencia y otras veces en acto, lo que le da jurisdicción voluntaria sobre ellos pero no autoridad coercitiva y, por tanto, no puede forzar a los infieles a aceptar el cristianismo, tan sólo convencerlos de cuál es la religión verdadera. Finalmente, afirma que los reyes han sido elegidos por la providencia para el bien común, pero su autoridad proviene del pueblo y, por tanto, como sus súbditos, deben estar sometidos a la ley.
Aunque en realidad las consecuencias fueron bien distintas, los historiadores afirman que el Debate de Valladolid es uno de los acontecimientos más curiosos en la historia del mundo occidental pues constituye el primero y el último de los intentos por analizar la justicia de los métodos empleados por un imperio para ampliar sus dominios, y en el que se alcanzó la igualdad jurídica de indios y españoles. En unos territorios, debe recordarse, que nunca tuvieron un estatuto jurídico colonial, sino que gozaron de la misma naturaleza jurídica que Castilla o Aragón. Si, inconclusa e inmadura, pero la apasionada defensa del veterano obispo de Chiapas en Valladolid reforzó los postulados de todos aquellos humanistas que en su tiempo y en siglos venideros creyeron que todas las gentes del mundo son hombres.