...al revés de los griegos, alemanes y franceses, que hacen de sus mentiras y sueños verdades, ellos hacen de nuestras verdaderas mentiras. Oh, desdichada España! He revuelto mil veces tus historias y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución. Solo cuando veo que eres madre de tales hijos me parece que ellos, porque los criaste y los extraños porque ven que los consientes tienen razón en decir mal de ti.
Francisco de Quevedo.
El conflicto religioso con los protestantes se resolvió con la firma en 1555 de la Paz de Augsburgo que acordaba que cada príncipe podía elegir la confesión a practicar por sus súbditos. Sin embargo, este compromiso impuesto entre católicos y protestantes para los territorios alemanes no pudo aplicarse en Flandes cuando Felipe II, interpretando el mismo principio Cuius regio, eius religio, exigió respetar los preceptos contra-reformistas tridentinos, castigando la disidencia –y cualquier concesión nacional- con la firmeza del Cardenal Granvela y la brutalidad sin reparos del Gran Duque de Alba. Gran conmoción causó en toda Europa la decapitación por rebeldía del Conde Egmon, caballero de la Orden del Toisón de Oro que siempre se había manifestado leal al rey, ejercicio de intolerancia que terminó por extender por todo el continente la imagen de una España cada vez más necia e intransigente, y que con el tiempo llegaría a conformar la Leyenda Negra auspiciada por uno de los peores enemigos del Rey Prudente.
En realidad, la de los Países Bajos fue una variante tardía de una leyenda cuya primera manifestación había nacido hacía años como consecuencia de la presencia de los aragoneses en Italia. A ojos de los humanistas italianos, los españoles eran toscos, ignorantes, fanfarrones y carecían del interés intelectual necesario para ser bien admitidos en una sociedad consciente de su superioridad cultural. Así pensaba Bocaccio cuando en el Decamerón menciona a un catalán despreciable llamado Diego Della Rata. Y el lombardo Pedro Mártir de Anglería, a pesar de ser miembro del Consejo de Indias. Esa es la causa de que en la Commedia dell'Arte, al camaleónico Arlequín y a la pícara Colombina les acompañe el Capitán Matamoros, un orgulloso soldado español tan ridículo y jactancioso como pérfido y cobarde.
Llegado el momento de la rebelión neerlandesa, los propagandistas del príncipe Guillermo de Orange conocían numerosas obras antiespañolas de origen italiano y se dispusieron a repetir el estereotipo, al que añadieron, con notable eficacia de técnicas y medios, la inflamada religiosidad y la crónica negra de obras propias, como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas. La Apología del príncipe Guillermo de Orange terminó de dar forma a esa imagen de nación felona, cruel y depravada. Frente a la Historia inquisitionis sanctae del fraile huido Reinaldo González Montano, de nada servía que la española no fuera ni la primera ni la más terrible de todas las inquisiciones europeas. De nada que el desenfreno de aquella temible plaga de langostas que era el ejército imperial estuviera conformado por mercenarios alemanes, borgoñones, italianos y británicos, católicos, y también protestantes, en permanente amotinamiento por falta de salario. Ni tampoco que el reformista Servet hubiera muerto en la hoguera a manos del reformista Calvino.
Ambicioso, frío y calculador, Guillermo de Orange se alió con los calvinistas sin renunciar al catolicismo, persiguiendo en realidad acabar con la política centralista del monarca defensor de la fe. Hay que liberar a la pobre patria oprimida, repetía con insistencia el pueblo flamenco en sus canciones populares, pese a que la revuelta no fuese llevada a cabo por la burguesía para crear un nuevo poder, sino por la nobleza para restaurar los antiguos privilegios.