Hubo un tiempo legendario en el que la humanidad disfrutaba de una placentera y armoniosa vida, una existencia plena en abundancia y paz, historia que floreció a la sombra de un pasado no tan lejano cuando, en el neolítico, hombres y mujeres cultivaban, al amparo de Dios, un idílico vergel. Anterior al gran diluvio, el mito del Jardín del Edén nacería en la tierra entre dos ríos, el Tigris y el Éufrates, en el actual Irak y la zona noreste de Siria. También, en los relatos de la Mesopotamia temprana, hay consistentes referencias a una Diosa, Suprema Creadora, la Poderosa, la Madre que dio a luz el cielo y la tierra, Nana, Nammu, Inanna, Ishtar. ¿Y qué decir ante el mito del fratricidio cometido por un celoso pastor llamado Caín enfrentado a su hermano Abel, el preferido de Dios por ofrecerle los frutos de la tierra?.
Alrededor de 3.500 años a.C., los sumerios llegaron a la fértil tierra del sur de Mesopotamia, desde donde comenzarían a ejercer una profunda influencia en el futuro curso de la Humanidad al abrigo del progreso obtenido por la irrigación de la tierra. Su gestión se convertiría con el tiempo en una inevitable exigencia de la comunidad. En cada ciudad se fue creando una creciente administración burocrática que solucionaba, mediante un incipiente sistema legal, las cada vez más frecuentes y violentas disputas por los derechos del agua. En agradecimiento a la prosperidad y el prestigio obtenidos, en el templo rendían tributo a sus divinidades protectoras locales lo que, además de estimular el sentimiento de pertenencia e identidad, facilitó la creación de un clero especializado que, al tiempo que intermediaban con la divinidad, desarrollaban la escritura con la que fiscalizar las rentas.
En un estado de guerra permanente por el dominio del agua y las tierras, las ciudades-estado sumerias se encontraban extenuadas. Ávidos de fortuna, los permanentes enfrentamientos habían enriquecido a los funcionarios del palacio, gobernados por una monarquía que con el tiempo se había vuelto dinástica, despótica y expansionista, en perjuicio del templo y de un pueblo saqueado por el exceso de tributos.Hasta que hacia el 2350 a.C., Urukagina usurpó el trono de la ciudad-estado de Lagash, proclamándose salvador de la ciudad y reformador de las condiciones de vida de sus habitantes. El texto cuneiforme sobre conos de arcilla que da cuenta de su proeza trasmite la visión de un mundo que ha perdido su don más preciado, Ama-gi, término dual empleado para referirse a la Libertad y el Retorno a la Madre, el deseo de restablecer el equilibrio social alterado. Desde los confines de Ningirsu hasta el mar, la burocracia suspendió toda operación, liquidando y cancelando las obligaciones de las asfixiadas familias, intentando con su reforma una vuelta ideal al pasado primigenio, el Retorno a la Madre.
Varios siglos después, Marx comenzó el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte corrigiendo la idea de Hegel de que la historia se repite dos veces, aunque se le olvidó añadir, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. No voy a discutir la extremada influencia que Marx ha ejercido en los historiadores, marxistas o no. La Historia jamás retrocede sino que avanza permanentemente, conteniendo pautas que hay que descubrir. Como decía Engels, toda la historia debe ser estudiada de nuevo. Esa es una de las responsabilidades elementales del historiador, revisar la perspectiva que de la historia se tiene en la época en que vive para comprender y hacer comprender el pasado, aunque nuestro compromiso no sea con éste, sino con nuestro presente y con el futuro de los que vengan.
A Urukagina debemos la primera referencia escrita de la palabra Libertad. Pero aquella revolución fue promovida únicamente en defensa de sus intereses, utilizando la reestructuración de las relaciones de poder entre los grupos dominantes, el palacio y el templo. Reforma desde arriba destinada a provocar la reacción de un grupo privilegiado y cooptar al pueblo, aunque sin encontrar un apoyo satisfactorio en la masa desconfiada. Estrategia que no por vieja, aún hoy desemboca en fracaso.