Estos investigadores incorporan el sol a su vida, muestran su coraje, dan una cierta confianza a sus fuerzas, una cierta consideración a sus facultades personales. A más abatimiento mayor gusto por la vida... allí están los tesoros; durante todo este tiempo, España ha sido el sueño de Edmond.
Desde antiguo, España ha sido destino de peregrinación y no han sido pocos los militares, diplomáticos y curiosos que han cruzado los Pirineos. Son muchos los testimonios que se han conservado de las experiencias vividas y también muchos los temores expresados por sus familias. Como el contenido en esta carta de 25 de febrero de 1837 en la que Valérie se queja a su prometido Agénor de Gasparin ante la descabellada ocurrencia de su hermano, el ilustre botánico ginebrino Charles Edmond Boissier, de emprender una aventura naturalista por Andalucía.
Como tantos otros, Boissier representaba a una antigua tradición que unía viaje y estudio como parte de un amplio proceso en el que se viajaba para modernizar y cuyo resultado igualaba las costumbres de todas las naciones cultas, aquellas que habían comprobado que por medio del trabajo se podía mejorar y enriquecer a la patria. Precisamente, situar a nuestro país entre las naciones cultas fue un objetivo prioritario de la política de estado de los Borbones españoles durante todo el siglo XVIII, de modo que muchos ilustrados comenzaron a interesarse por una tierra que les resultaba desconocida, a pesar de estar tan cerca.
Los que se atrevían no ocultaban la dificultad de emprender la aventura de viajar por un país que, más allá de un puñado de ridículas ceremonias, no había contribuido en nada al proceso civilizador y a la historia. Pese a tratar de desarrollar una eficiente red de Caminos Reales, el tipo de vía generalizada por todo el territorio continuaba siendo el camino de herradura, y la mula el medio más adecuado para transitar por ellos. A esta limitación se sumaba la escasez de puentes, de puestos de postas, de desvencijadas y mal atendidas fondas, y una inseguridad generalizada relacionada con la idiosincrasia de aquellos paisanos nuestros que acrecentaba el temor del viajero a ser asaltado en cualquier momento. En palabras del abate Masson de Movilliers, debían ser idiotas aquellos que hacen el tour de este país por mera curiosidad, a menos que pretenda publicar las memorias de la extravagancia de la naturaleza humana.
La imagen de España como país pobre y atrasado y de los españoles como holgazanes, supersticiosos e ignorantes, se remontaba al comienzo de la época moderna y se había ido construyendo con la progresiva pérdida de esplendor de los Austrias. El cambio de dinastía reorientó los asuntos de Estado y monarcas como Carlos III hicieron un esfuerzo sincero por devolver el prestigio perdido privilegiando una política de modernización y apertura al exterior. Sus consecuencias se notaron rápidamente en algunas ciudades y en las tierras yermas y despobladas como consecuencia de largos años de mal gobierno, repobladas desde entonces con colonos alemanes, flamencos y suizos. Pero era muy difícil soltar lastre porque para reafirmar la imagen existía una inmensa producción literaria propia que llegó a extender el estereotipo carpetovetónico del Spain is different hasta bien entrada la década de los setenta del siglo XX.
En los inicios de su carrera, Charles Edmond Boissier realizó varias campañas naturalistas que plasmó en su delicioso tratado Voyage botanique dans le midi de l’Espagne. De modo simultáneo, toda una generación de viajeros europeos realizó itinerarios por España, fascinada por una visión romántica consolidada por la obra de hispanistas y literatos como Washington Irving o Richard Ford, entre muchos otros. En el siglo XIX, esas gentes de mal vivir y su falta de modernidad se habían convertido en un atractivo hecho diferencial. Era el momento histórico de máxima postración de España, mientras en Europa triunfaba la revolución burguesa. Una vuelta al pasado para vivir una verdadera aventura en la tierra de lo inesperado.