Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas del Sol, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.
El Peloponeso es la Isla de Pélope, hijo de Tántalo que, llegando de Asia Menor, se instaló en este inhóspito territorio para, según la leyenda, dominar la Grecia micénica. Durante mucho tiempo esta extensa península estuvo unida por un istmo con el Ática, pero hoy en día el Canal de Corinto, vía artificial que une los mares Egeo y Jónico, separa el Peloponeso del resto del continente y la convierte en una isla. El canal, de algo más de 6300 metros de largo, 21 de ancho y 8 de profundidad, fue construido por el húngaro Esteban Türr bajo los proyectos de Ferdinand de Lesseps, e inaugurado en 1893 después de más de una década de arduo trabajo. Actualmente cerca de 11000 barcos cruzan el canal cada año. Sin embargo, su historia es mucho más antigua.
En el libro I de Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres nos cuenta Diógenes Laercio que fue Periandro -uno de los Siete sabios de Grecia-, en el siglo VII a.C. quien tuvo la brillante idea de comunicar las aguas de ambos mares a través de un canal. Como la empresa resultaba muy costosa y técnicamente difícil, finalmente desistió de su empeño, pero lo sustituyó por otro no menos ingenioso, consistente en arrastrar las embarcaciones sobre plataformas que se deslizaban sobre un camino empedrado, dando origen a los llamados diolkos, que literalmente significa arrastrar a la otra orilla. Activos hasta bien avanzada la Edad Media, este sistema permitió, además de mejorar la infraestructura comercial, la financiera, mediante el cobro de una tasa por la utilización de vía y pertrechos para el transporte.
Con todo, la idea de construir el canal no fue abandonada; Suetonio en Vida de los doce Césares, Plutarco en Vidas Paralelas, Plinio en Historia Natural o Dión Casio en Historia de Roma nos informan de este colosal empeño. Sin embargo, todos a excepción de Suetonio, ven el proyecto con suspicacia y cautela pues consideran que la perfodere Isthmum es un acto de impiedad destinado a intervenir en la naturaleza más allá de los límites que los dioses conceden a la iniciativa de los hombres y denuncian que sus promotores, lejos de desear el bienestar de los habitantes, poseen la desmedida ambición y la megalomanía propia de una naturaleza autocrática que lleva a excesos en el ejercicio del poder, tanto de tiranos como de monarcas. También, para ellos es un acto de hybris, un sentimiento violento de carácter irracional y desequilibrado inspirado por las pasiones exageradas, un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos. No en vano un refrán griego dice que aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.
Con independencia de la posible contaminación optimates –la facción senatorial conservadora, enemigos de César- de estas fuentes históricas respecto a su megalomanía, lo cierto es que Plinio advierte que los diversos intentos de abrir el istmo por parte de Demetrio Poliorcetes, el propio César, Calígula y Nerón, son intentos fallidos lo que, en su opinión, demuestra que se trata de una iniciativa nefasta provocada por la propia hybris de los protagonista, cuyo destino final no puede ser otro que la muerte, encarcelado Demetrio Poliorcetes, y asesinado de César, Calígula y Nerón. El sucesor de este último, Galba, canceló definitivamente el proyecto por estimarlo excesivamente costoso.
El poeta Estacio dijo, pequeño para tantas manos, el istmo de Corinto habría unido los mares si no lo prohibieran las aves de mal augurio. Añado que quizás fue Júpiter quien lo impidió, extasiado con los primeros versos de la más compleja y humana Odisea jamás contada, y alarmado porque tan gigantesca empresa aproximara Troya a Ítaca y redujera el viaje de Ulises a lo que para él sería un suspiro.