Hacía meses que la sociedad norteamericana se encontraba conmocionada por el destino de una chica de veinte años hasta entonces heredera de uno de los mayores emporios de la comunicación estadounidense. Tratándose de parientes, para hablar de ella la prensa utilizaba un diminutivo familiar, Patty, aunque hacía algún tiempo que, identificada con la lucha contra la opresión y el capitalismo, prefería usar como nombre de guerra, Tania. El mismo nombre que años antes utilizara la muchacha que, infiltrada en la alta cúpula boliviana, espiaba al servicio del Che y su romántica guerrilla. Esta Tania murió junto a Ernesto Guevara en una de las primeras escaramuzas con un ejército boliviano entrenado por el Pentágono. Es posible que el destino de ambas hubiera sido el mismo si Bolivia no quedara tan lejos de la soleada y satisfecha California.
En la prisión californiana de Vacaville convivían rateros, drogadictos, maoístas y fanáticos de variado pelaje agrupados en decenas de grupos de pensamiento y agitación. Al son de un himno propio, en pie y con el puño en alto, en sus reuniones se conocía gente, se estrechaban lazos y se pactaban colaboraciones. Pero lejos de ser actividades culturales para facilitar la reinserción, en realidad, eran charlas orientadas a la revolución y la guerrilla. Encarcelado por robo y posesión de armas, de una de esas asociaciones salió Donald Cinque DeFreeze convencido de su odio contra la América blanca. Después de su traslado a la prisión de Soledad, en marzo de 1973, Cinque logró escapar. Con el resto de los futuros militantes del Ejercito Simbiótico de Liberación preparó un pequeño manual, Los Códigos de Guerra Simbióticos, un texto que en la mentalidad simbiótica serviría de pretexto para la acción.
Cuando Patricia Hearst, Patty o Tania fue secuestrada, los simbióticos pidieron un rescate de 400 millones de dólares, setenta dólares por cada habitante pobre de California. Mientras las hipótesis del secuestro se sucedían por parte del FBI y la cautiva rogaba a sus padres que se apresuraran en reunir el rescate, la Hearst Corporation contraofertó con apenas cuatro millones. Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado. En una cinta grababa, Patty declaraba que había entendido la realidad social de su país y del mundo y la necesidad de combatir con las armas por aquellas ideas que representaban la liberación total del individuo. Había bebido de la pócima del Dr. Jeckyll que la convertía en Mr. Hyde, miembro activo del Ejercito Simbiótico de Liberación. Nunca nadie pudo entender qué hicieron para convencerla.
Sin dejar de lado su condición de niña bien, es de suponer que Patricia, Patty o Tania era una joven norteamericana común, con los problemas de los jóvenes de su generación. Porque Patricia no era sólo Patricia, sino una parte representativa de la sociedad norteamericana de los setenta, jóvenes insatisfechos y politizados a la sombra de la contracultura, un movimiento que con su flauta se había llevado a miles de jóvenes rebeldes para no volver. Mientras experimentaba precozmente con el sexo y el LSD, la crisis, las elecciones, la Guerra de Vietnam o la muerte del icono de la guerrilla seguían causando estragos en el imaginario de una agitada e intranquila juventud y retroalimentando las portadas de los periódicos del abuelo.
La aventura revolucionaria de Tania acabó con una condena a 35 años que Jimmy Carter conmutó dos años y medio más tarde. Desde entonces, Patty es una abnegada madre de familia dedicada a lo que siempre se había esperado de ella. ¿Síndrome de Estocolmo, lavado de cerebro o el sueño de juventud de una niña bien cumplido con el atraco a un banco y unos pocos tiros?.