La provechosa ruta transoceánica que practicaron desde los albores de la modernidad España, Francia, Portugal, Holanda, pero sobre todas Inglaterra, llevó a tierras americanas alrededor de quince millones de africanos en condiciones tan infrahumanas que se calcula que la quinta parte moría en una larga travesía por enfermedad, hambre, suicidio o severos castigos. En 1526 arribaron a Jamestown, Virginia, los primeros que consiguieron llegar a las Trece Colonias inglesas de Norteamérica. Tras siglo y medio de incertidumbre legal, la esclavitud de los negros se fue legalizando a medida que iban extendiéndose las plantaciones de arroz, azúcar, algodón y tabaco.
Los Códigos de Esclavitud prohibían el matrimonio interracial, el derecho al voto, la posibilidad de ocupar cargos públicos, de portar armas y la libertad de movimiento y reunión. Las medidas represivas suplementarias para evitar huidas y rebeliones eran extremadamente crueles. Desprovistos de toda identidad salvo la racial, el negro era tratado como mercancía, motivo que explica que no pudieran acogerse al amparo constitucional que garantizaba su seguridad jurídica y que linchamientos y castigos atroces –¿quién no recuerda el pie de Kunta Kinte?-, formaran parte de su escarmentada vida.
Antes de la influencia que pudo ejercer la Ilustración, Aristóteles y su lectura tomista respaldaban la esclavitud como el estado natural e inherente de los seres de condición corporal y metafísica inferior. A esta antigua legitimación ideológica y jurídica de la trata se le fueron añadiendo otras concepciones religiosas que consideraban la esclavitud como una forma de sacrificio corporal que permitiría salvar el alma, además de considerar que la sumisión de los esclavos estaba en concordancia con la jerarquización natural de los individuos, consagrada por designio divino. En su defensa, los defensores de la esclavitud invocaban pasajes de la Biblia y toda suerte de prácticas del pasado que pudieran legitimar la institución.
Al tiempo que muchos ilustrados comenzaban a denunciar la hipocresía de aquellos que condenaban la tiranía de la política colonial de Inglaterra, mientras mantenían a parte de la población encadenada, muchos esclavos recurrían a la Biblia para satisfacer sus ansias emancipadoras. Hablaban de la destrucción de un mundo y la creación de uno venidero fundado en la inteligencia, la justicia y la verdad. De la destrucción del orden esclavista como lo haría la Biblia al hablar de la fe de los judíos en el Éxodo. Pensaban en la historia como un camino de lucha y redención en el que después de la oscuridad, la miseria y la explotación, advendría la luz de la justicia. Como no hay peor servidumbre que la esperanza de ser feliz, el cambio debía ser violento.
De esta forma la religión se convirtió en el arma de los débiles y las consecuencias no tardaron en manifestarse en forma de rebeliones como la de Gabriel Prosser en Richmond, Denmark Vesey en Charleston o la más sangrienta de las revueltas de la historia de los Estados Unidos, la de Nat Turner en Southampton, un esclavo virginiano que gracias a la Biblia aprendió a leer y a pensar que Dios le hablaba de la misma manera que lo había hecho con el profeta Ezequiel, tomándose por instrumento de venganza y liberación.
La multietnicidad está en la base de la construcción de los Estados Unidos. Sin embargo, la Declaración de Independencia de 1776, en la que todos los seres humanos nacían libres e iguales, silenció la subyacente división racial. Después de la Guerra Civil que enfrentó al Norte con el Sur, la sexta parte de la población blanca sureña siguió ostentando una posición tan abrumadora de monopolio económico, político y cultural que fue capaz de imponer su voluntad en el sur hasta los años 60 del siglo XX.
Seis semanas después del eclipse de sol que interpretó como la señal de Dios para iniciar la Guerra Santa contra la maldad del sistema, el profeta apocalíptico Nat Turner fue capturado y ahorcado, dejando atrás a decenas de hombres muertos, pero también mujeres y niños. ¡Qué extraño que los sureños se alarmasen tanto, cuando tenían a todos sus esclavos tan felices y contentos!.