Yo, Sultán, hijo de Mahoma; hermano del Sol y de la Luna; nieto y virrey de Dios, el dueño y señor de los reyes de Macedonia, Babilonia, Jerusalén, el Alto y el Bajo Egipto, rey de reyes, señor de señores, extraordinario caballero, invencible, nunca derrotado; guardián del Santo Sepulcro de Jesucristo, fideicomiso del mismo Dios, esperanza y consuelo de los musulmanes... Os ordeno, cosacos zapórogos, que os sometáis a mí voluntariamente, sin resistencia alguna, y cesad en vuestros ataques.
Los cosacos zapórogos habitaban la Zaporozhie, en Ucrania Oriental, tierra externa al mundo civilizado casi totalmente moldeada por estepas de ricas tierras negras que habían estimulado desde tiempo inmemorial la codicia de sus vecinos. Su organización social era democrática e igualitaria, una especie de comunismo libertario en estado embrionario en el que acostumbraban a ventilar todos sus asuntos en el Krug y aplicaban el principio electivo directo y universal a todos los cargos de responsabilidad. Al margen del cultivo de unas tierras que se repartían en lotes iguales, los zapórogos se dedicaban a la caza, a la pesca en el Bajo Dniéper, y a combatir ferozmente contra todo aquel tártaro, turco, ruso, lituano o polaco que quisiera acabar con su volnitza. De hecho, aunque ortodoxos que luchaban contra los infieles, en ocasiones no dudaron en aliarse con musulmanes turcos y católicos polacos porque, sin mayor congruencia, los zapórogos eran hombres libres que ante todo estaban decididos a seguir siéndolo.
A pesar de que siempre ha existido un cierto desafecto entre rusos y ucranianos, como a menudo ocurre entre las gentes del norte y del sur en cualquier país del mundo, en 1570 la égida de Iván el Terrible había provocado el establecimiento de un estatuto especial federativo para los cosacos del Don que garantizaba la administración autónoma de las comunidades cosacas, a cambio de que resguardaran las fronteras rusas de las incursiones enemigas. Finalmente, en 1654 Ucrania se puso bajo el protectorado del zar moscovita, con quien mantenía lazos dinásticos desde que en el siglo IX el escandinavo Rurik se convirtiera en Príncipe de Kiev.
El cuadro de Ilya Repin que ilustra estas Galeras Reales, captura el momento en el que los cosacos zapórogos responden a la intimidante carta del sultán otomano Mehmet IV en 1676. Lejos de sentirse amenazados, alardean de buen humor, beben, ríen y bromean, mientras sugieren al el escribano la réplica que debe transmitir.
¡Cosacos zapórogos al Sultán turco!
Oh sultán, demonio turco, hermano maldito del demonio, amigo y secretario del mismo Lucifer. ¿Qué clase de caballero del demonio eres que no puedes matar un erizo con tu culo desnudo?. El demonio caga y tu ejército lo come. Jamás podrás, hijo de perra, hacer presos a hijos cristianos; no tememos a tu ejército, te combatiremos por tierra y por mar, púdrete.
¡Despojo babilónico, loco macedónico, cervecero de Jerusalén, follador de cabras de Alejandría, porquero del Alto y Bajo Egipto, cerdo armenio, ladrón de Podolia, catamita tártaro, verdugo de Kamyanets, tonto de todo el mundo y el submundo, idiota ante nuestro Dios, nieto de la serpiente y calambre en nuestros penes. Morro de cerdo, culo de yegua, perro de matadero, rostro del anticristianismo, folla a tu propia madre!. ¡Por esto los zaporogos declaran, basura de bajo fondo, que nunca podrás apacentar ni a los cerdos de cristianos. Concluimos, como no sabemos la fecha ni poseemos calendario; la luna está en el cielo, es el año del Señor, el mismo día es aquí que allá, así que bésanos el culo!.
En Lepanto las escuadras de la Santa Liga habían obligado a la Sublime Puerta a renunciar al mar y tomar las estepas ucranianas, prolongación natural de las asiáticas, como única ruta para extender sus dominios hacia occidente. Lejos quedaba la época en la que los sultanes otomanos eran merecedores de sobrenombres como El Sombrío, El Magnífico o El Conquistador. A El Borracho, El Loco o El Maldito comenzó a faltarles el respeto una valiente república libertaria de cosacos.