Bailan la zambra, danza que acompaña a la celebración de un acontecimiento festivo, quizás un desposorio o un bautizo. Adoran los bordados, los brocados y damascos de diversos y vivos colores, y combinan la tradición de albanegas, almaizares, zaragüelles y gregüescos con gorgueras, papos de buitre y ropa acuchichada moderna. Aprecian los tejidos lujosos, terciopelos, contray, paños, hilos y sedas, posiblemente importados de Italia, de Portugal, de Auvernia, de Contray, de Arras, de Ruán, de Turquía, incluso de China. De esta forma bailan los moriscos los unos con los otros, haciendo castannetas con los dedos al mismo momento, y ellos gritan como terneras, dejó escrito el alemán Christoph Weiditz cuando dibujó la escena en 1529. Treinta años antes en una visita a Granada, los Reyes Católicos se sorprendían de la atmósfera islámica de la ciudad y de los vestidos y costumbres de sus gentes decidiendo, después de años de cristianización pacífica, aplicar métodos más persuasivos para la conversión a la Fe Verdadera, dictando la Pragmática de 1502, conversión forzada mediante el bautismo de los mudéjares que pasan a llamarse moriscos.
Sin embargo, un siglo después, en 1609, Felipe III decreta la expulsión definitiva de los moriscos. Como pretexto, el fracaso de la política exterior europea del valido del rey, el Duque de Lerma, coyuntura que presenta la expulsión como un triunfo católico que subsanaría los errores y restauraría el arruinado prestigio del monarca. Pero realmente, desde el impacto que supuso la cruenta sublevación de Las Alpujarras de 1568, se sospechaba del morisco por su entendimiento con turcos y berberiscos, desconfianza favorecida por su persistencia en determinados modos de vida y rituales islámicos y la apostasía, la resistencia a vivir como cristianos, motivo escandaloso e intolerable para la iglesia recién salida de la catarsis y confirmación dogmática del Concilio de Trento.
En general, durante el siglo XVI, la excesiva presión fiscal, las multas y la confiscación de sus propiedades habían empobrecido considerablemente a la población morisca, pero su alta demografía y, sobre todo, su acumulación del dinero, eran causas añadidas para su extrañamiento. Particularmente, los moriscos de Hornachos (Badajoz), eran famosos por su riqueza, producto de una extrema laboriosidad, y, sobre todo, muy numerosos, si hemos de fiarnos de la autobiografía del capitán Alonso de Contreras donde dice que toda la villa era morisca excepto el cura. Cuando, en 1610, el marqués de San Germán emprende el desplazamiento de los moriscos de la villa de Hornachos, casi todos se trasladaron a Salé, en el actual Rabat, y se instalaron en la alcazaba de Salé la Vieja, bastión atlántico conocido por su ventajosa posición para el comercio desde el siglo XIII. Gracias a su fortuna, pronto se convirtieron en importantes armadores corsarios, negocio muy lucrativo y anímicamente satisfactorio, pues estaba especialmente dirigido contra aquellos que los habían expulsado. Tan rentable que, en 1627, se consideraron los suficientemente fuertes para negarse a pagar tributos al sultanato de Marruecos, constituyéndose en República Independiente de Salé o de las dos Orillas, aunque este último apelativo sea excesivamente arrogante dado que ambas orillas, separadas por el Bu-regreg, estuvieron envueltas en trifulcas con demasiada frecuencia, motivadas por el control del castillo y del cabildo de la república por parte de los hornacheros. Mientras tanto, los restantes moriscos vivían en gran parte en la medina, urbe no fortificada construida en la otra orilla, Salé la Nueva.
La flota corsaria de Salé llegó a tener unos 60 barcos entre bergantines, polacras, jabeques, fragatas, carabelas, galeones, tartanas, fustas, pataches y pinazas, todas ellas embarcaciones oceánicas de vela redonda, de poco calado para pasar sin dificultades la barra del Bu-regreg y ligeras para evitar la persecución de las más pesadas y lentas naves europeas, y ante las que podían hacer frente con la artillería armada en los costados, a pesar de que la estrategia marcaba preferentemente el abordaje izando falsa bandera.
Además de las poblaciones costeras españolas, los corsarios moriscos de Salé se atrevieron a atacar las costas de Irlanda e Inglaterra -200 cautivos en Plymouth-, hasta el extremo de alcanzar las costas de Terranova e Islandia, donde en 1627 hicieron 400 cautivos en Reykjavik.