Una extraña comitiva sale de Coria. La forma una columna exótica de caballeros, jinetes y arqueros de vestiduras desconocidas y con rosarios al cuello. Al poco, el insólito cortejo se asombra al ver cómo se les aproxima una multitud que durante seis millas les acompaña, hasta el punto de que, al acercarse a Triana, les impide el paso. Tras cruzar el Guadalquivir por el Puente de Barcas les espera el asistente con los caballeros veinticuatro y la nobleza, quienes los escoltan hasta el Alcázar entre los vítores de la mucha gente que se agolpa en las calles. Como prueba de amistad llevan un documento de gran solemnidad, una carta de papel de arroz dorado escrita con extraños caracteres de tinta negra trazados verticalmente de derecha a izquierda y con la impronta roja de un sello que la fecha en la era Keicho y valida en la ciudad de Sendai. Se trata de un documento muy similar a otros dos dirigidos al Papa Paulo V y al rey Felipe III. Es 27 de octubre de 1614 y es la comitiva que acompaña a Hasekura Rocuyemon Tsunenaga y al franciscano sevillano Luís Sotelo.
Con el acostumbrado lenguaje diplomático, las primeras líneas rezan así, En el Japón, mi Jefe Date Masamune, daimyo de Woshuu, habiendo oído las cosas santas de Dios y juzgándolas excelentes y buenas, mandó publicar que todos sus súbditos se convirtiesen al cristianismo. En realidad, además de solicitar la ayuda y alianza del rey y el Papa para convertir a sus súbditos, el señor feudal de Woshuu se dirige a las autoridades municipales de Sevilla con la intención de proponerle el establecimiento de relaciones comerciales estables con la ciudad que, desde hacía un siglo, mantenía el monopolio comercial entre España y los territorios de Ultramar, lo que abría la posibilidad de establecer una comunicación similar a la de la Carrera de Indias entre Japón y Sevilla, bordeando África y la India.
En Japón, por esas fechas, después de las guerras señoriales que asolaban las islas desde el siglo XIV, culminaba un proceso unificador iniciado a finales del siglo XVI que llevó al establecimiento de un nuevo modelo de estado feudal estable basado en el vasallaje de los mas de doscientos daimyos y la proclamación como Shogun –el más poderoso de todos ellos- de Ieyasu del clan Tokugawa, que desde entonces rigió los destinos del Japón hasta mediados del siglo XIX. Por otro lado, desde que la Ruta de la Seda quedara interrumpida tras la caída de Constantinopla (1453), los países europeos se vieron obligados a buscar una ruta alternativa para llegar a Asia, misión comercial que se vio acompañada por la necesidad de los países católicos de descubrir nuevos territorios tras el cisma sufrido dentro del seno de la Iglesia con la reforma protestante y los nuevos intereses evangelizadores nacidos del Concilio de Trento. Así, fueron los portugueses quienes en 1543 descubrieron las costas del Japón y, unos años más tarde, en 1549, desembarcó el español Francisco Javier como avanzadilla de la recién creada Compañía de Jesús. Durante los años en los que únicamente Portugal tuvo tratos con Japón, los jesuitas serían los únicos religiosos en la zona, ejerciendo ambos el exclusivo papel de intermediarios internacionales entre las civilizaciones occidental y oriental. Pero pronto llegarían holandeses e ingleses, franciscanos y dominicos.
Haciendo frente a multitud de dificultades y retrasos, la embajada Keicho se desarrolló durante siete años; atravesó por dos veces el Pacífico y el Atlántico, navegó por aguas del Mediterráneo y recorrió México, España, Italia y Filipinas. A pesar de que debe valorarse con justicia histórica el formidable esfuerzo que supuso uno de los primeros contactos diplomáticos directos entre Japón y Europa, los logros reales conseguidos fueron insignificantes respecto a los objetivos iniciales perseguidos. Se desarrolló en un momento inoportuno, entre otros motivos, por las continuas hostilidades declaradas entre jesuitas y franciscanos que desató el progromo contra los cristianos en Japón, a la ausencia del conveniente beneplácito del propio shogunato recientemente instituido, y al recelo mutuo entre los comerciantes portugueses de la India y Macao y los españoles de Filipinas, unidos por aquel entonces bajo la misma corona. El espíritu soberbio y arrogante de fray Sotelo, cuyas maniobras políticas fueron denunciadas incluso por el virrey de Nueva España y los propios prelados franciscanos del Japón, hizo el resto.
Hasekura Rocuyemon fue bautizado en su periplo por España antes de volver al país del Sol Naciente en 1620 al frente de su fracasada comitiva diplomática. Pero todo su séquito no embarcó con él. La permanencia de algunos de estos japoneses es el origen de que el apellido Japón sea relativamente frecuente en Sevilla y su provincia y especialmente significativo en Coria del Río.