Galeras Reales

La extracción de la piedra de la locura

El tema es creado ex novo a finales del siglo XV y tuvo mucha proyección en la pintura costumbrista flamenca posterior.

Miren a través del espejo a los personajes que componen la escena. En una posición central, de pie, el cirujano burlonamente ridiculizado con un embudo por gorro, símbolo de necedad, engaño y charlatanería. Delante suya, el enfermo, descalzo, sentado, inmovilizado a la silla por una tela que rodea su torso, soportando como puede que le hurguen. Como asistentes, un monje en negro hábito que con la mano derecha bendice al loco mientras sostiene un aguamanil con la izquierda, la del diablo, la del que engaña; y una pensativa mujer de bata gris y toca blanca, sosteniendo sobre la cabeza el libro de la verdadera ciencia. O quién sabe, porque le han dicho que la operación saldrá mal si menea la cabeza. Ejecutado con la maestría de un manuscrito iluminado, un marbete gótico advierte Maestro, quítame pronto esta piedra y Mi nombre es Lubert Dass. Apellido que se ha traducido como tímido y simplón. También como castrado y engañado. No parece que la intervención ofrezca dificultad alguna al experimentado cirujano.

La extracción de la piedra de la locura es el cuadro que pintara Hieronymus Van Aeken, El Bosco, excelente colofón de la pintura bajomedieval que se conserva en el Museo del Prado. Se sabe que la extracción de la piedra de la locura no es más que una trepanación, práctica quirúrgica conocida desde antiguo y con larga tradición en la historia de la civilización, si bien el instrumental y los procedimientos varían según las épocas y las áreas geográficas. Se han documentado en el Neolítico, en el antiguo Egipto, y en Grecia y Roma, donde los tratados de médicos como Hipócrates de Cos, Celso, Galeno, Areteo de Capadocia y Caelius Aurelianus recomendaban que sólo se llevara a cabo cuando los tratamientos conservadores hubieran fracasado.

Desde la antigüedad se tenía conciencia de la gran diferencia entre médicos y cirujanos. De los primeros se tienen abundantes documentos que explican sus doctas actuaciones. De los segundos, con pocas excepciones, se pensaba peor, más si se trataba de aquellos barberos, curanderos y charlatanes que ejercían en las plazas, ferias y mercados de toda Europa. Allí, junto con otros divertimentos, voceaban sus credenciales preguntando si alguien padecía tos o piedra, carne podrida y gota, nostalgia o melancolía, dolor de muelas, calambres o epilepsia. Al ingenuo le practicaban la sangría, le trataban la extracción dentaria, la luxación o la fractura, y en el campo de la salud mental extraían la piedra de la locura.

Hay algo más cargado de materialidad que una piedra? No. Entonces la locura tiene una materialidad que se puede extraer quirúrgicamente. Para ello, efectuaban una incisión en la cabeza del paciente e introducían una piedra que poco después era mostrada con grandes aspavientos como causa del desorden. Mientras tanto, los presentes se mofaban del innecesario sacrificio físico y económico a que se sometía el incauto. Proceder que ya en el siglo VIII denunciaba el médico persa Rhazes en su tratado, de nombre revelador, De lmpostoribus. Casi mil años después, el tratado Politia Medica de Ludwig von Hörnigk los retrataba como rateros cortabolsas, videntes de bola de cristal, tramposos, ociosos, uromantes, verdugos, cazadores de ratas, echadores de bendiciones, exorcistas de demonios, brujos, gitanos... y canalla semejante.

Hacia finales de la Edad Media, época en la que El Bosco pinta su cuadro, se estableció un proceso de regulación de la actividad médica, abandonándose la transmisión oral de los conocimientos y fomentando la capacitación pública para ejercer el oficio en escuelas acreditadas, como la de Salerno, Bolonia, Montpellier o París. Poco después, médicos, poetas y humanistas como Hans von Gersdorff, Hildegardo de Bingen, Hans Sachs, Francesco Petrarca, Luis Vives o Francisco Vallés seguían aludiendo al abuso que cometían este tipo de cirujanos.