Perdonen mis nervios. Es la primera vez en 20 años, que emitimos en directo, la primera vez que no grabamos el programa con antelación y a continuación lo retocamos. Sepan que de todo aquello que ustedes digan no se podrá rectificar ni una sola palabra. De esta forma se expresó el perturbado presentador de un debate televisivo a las pocas semanas de la elección de Alexander Dubcek como presidente del Comité Central del Partido Comunista en enero de 1968. Dos meses después, la libertad de prensa se convertía en el símbolo manifiesto del nuevo socialismo con rostro humano. Y posiblemente fue la razón principal para que la Unión Soviética acabara con las reformas en Checoslovaquia el 20 de agosto de 1968.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la rápida recuperación del tejido industrial hizo de Checoslovaquia uno de los países más avanzados de toda la Europa de postguerra. Además, a diferencia de lo que sucedía en otros Países del Este, la construcción del socialismo contaba con el apoyo popular gracias al activo papel desempeñado por el Partido Comunista de Checoslovaquia -PCCh- en la resistencia contra el nazismo. Sin embargo, aunque en las elecciones generales de 1946 el PCCh obtuvo algo más del 40% de los votos en la que hoy es la República Checa, en Eslovaquia los demócratas-liberales superaron ese porcentaje con creces. Después de dos años de gobierno de concentración nacional, ante la negativa de los demócratas-liberales de llevar a cabo determinadas transformaciones socioeconómicas propuestas a la Asamblea General por el PCCh, el presidente del consejo de ministros Klement Gottwald convenció al presidente de la República, Benes, para que formara un nuevo gobierno en manos del partido comunista, lo que en la práctica significó un auténtico golpe de estado.
La producción económica del país se alineó de inmediato con los intereses del COMECOM –el mercado común de los Países del Este- basado en la industria pesada y la minería en detrimento de la agricultura, la investigación y los servicios. Mientras tanto, presionados por Moscú ante el inadmisible desviacionismo de la Yugoslavia de Tito, comenzaron los procesos políticos de corte estalinista y las purgas contra Hajdu, London, Löbl, Holdos, Geminder o Clementis entre muchos otros, antiguos combatientes frente a la tiranía nacionalsocialista, ahora acusados de alta traición y sentenciados, de nuevo, a trabajos forzados a perpetuidad o condenados a muerte.
A partir de la llegada de Krushev al poder en la Unión Soviética, se fue generando un estado de opinión en el partido favorable a la revisión de estos procesos y, pese a la oposición de determinados mandos, el ansia de renovación frente al autoritarismo prendió en la sociedad. De ella surgió un movimiento crítico a favor de que la práctica política se acercara al espíritu de libertad y derechos reconocidos en la propia Constitución del estado, un socialismo de rostro humano fundamentado en la libertad de expresión y asociación, el derecho de huelga y la existencia de sindicatos independientes, la libertad religiosa, la igualdad nacional entre checos y eslovacos y la garantía de derechos políticos. Eso es lo que se exigió en el congreso de los escritores checoslovacos; eso clamaban los estudiantes en las manifestaciones del campus de Strahov; eso es lo que avivó el enfrentamiento de los comunistas reformadores con los inmovilistas del partido. Y eso es lo que provocó que en enero de 1968, el secretario general del PCCh de Eslovaquia, Alexander Dubcek, se alzara con el poder dentro del partido.
No debe extrañar que la Primavera de Praga no fuera bien vista en el Kremlin por un Leonid Breznev dispuesto a desmantelar la peligrosa glasnost de su antecesor y, apelando a los ignotos peligros que el camino tomado pudiera significar para los históricos lazos de fidelidad y hermandad entre los países del bloque socialista, decidió que doscientos cincuenta mil soldados y cinco mil tanques del Pacto de Varsovia sobrepasaran las fronteras del Estado Republicano Checoslovaco. Esto sucedió sin el conocimiento del Presidente de la República y del Presídium, que, con su padre y hermanos a las puertas de Praga, se atrevieron a comunicar que el acto no solo constituía una violación contra los principios de relación entre los estados socialistas, sino también una transgresión del derecho internacional. Dubcek fue rápidamente sustituido por un burócrata disciplinado.
En 1989, durante una manifestación en la Plaza Letna de Praga, la multitud comenzó espontáneamente a corear ¡Dubcek…Dubcek…Dubcek!. En su primer discurso como presidente del Parlamento democrático, el inspirador de aquella efímera primavera relacionó la Revolución de Terciopelo y la Perestroika promovida por Gorvachov con aquella otra en la que se soñó con un socialismo de rostro humano. Piedra a piedra, el Muro de Berlín desaparecía ese mismo año.