Mientras Erasmo publicaba su Elogio de la Locura y Fray Antón de Montesinos emprendía con su Ego vox clamantis in deserto la defensa de los indios, Vasco Núñez de Balboa franqueaba los ríos, las montañas y los insalubres pantanos del Istmo de Panamá. Las Crónicas de Indias cuentan que marchaba en busca de un nuevo mar, aunque se sospecha que el verdadero interés que lo sostenía era el oro, las tierras y los esclavos con los que sosegar su codicia. En su empresa sometió a varias tribus, aunque estableció amistad con otras que lo recibían entusiasmados. Fue así como, gracias al cacique Comagre, Balboa supo por primera vez de la existencia de otro mar al sur... y los fabulosos tesoros que albergaban sus gentes. Corría el año de 1511 y Balboa deliberó que tornase su capitán Juan de Valdivia cargado de una cuantiosa muestra de las riquezas con las que, a modo de cancamusa, hacer saber al Almirante de las nuevas de la otra mar.
Tras el naufragio, un puñado de supervivientes consiguieron arribar hasta las costas de Yucatán. Malparados, algunos fueron inmediatamente devorados por los Cocomes, no sin antes ofrecérselos a sus dioses según el uso de la tierra, mientras que otros, enjaulados, esperaron mejor muerte. Ocho años más tarde, Hernán Cortés -según él mismo relata-, partió desde Cozumel a donde están unos cristianos en poder de unos caciques. Rescatado uno de ellos, Fray Jerónimo de Aguilar, le narra cómo durante todos esos años de esclavitud se había ganado el respeto del cacique por la heroica defensa de su castidad y salvado de la locura recordando las fiestas en su Libro de Horas.
Sólo por Fray Jerónimo supo Cortés de la existencia de otro español entre salvajes, un marino de Palos llamado Gonzalo Guerrero al que había visto recientemente pero no había logrado que lo acompañase, según le dijo...Hermano Aguilar, tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. Íos con Dios, que yo tengo labrada la cara e horadadas las orejas...E ya veis estos mis tres hijitos cuán bonicos son.
Como el de Cabeza de Vaca o el de Guerrero, la historia del Descubrimiento y la Conquista de América está plagada de naufragios cuyos protagonistas han permanecido un tiempo entre indígenas, dando lugar al descubrimiento del otro. Esta revelación representa una grave infracción al canon impuesto de contar sólo grandes gestas de grandes hombres, e inmediatamente, se busca entre el nosotros el paradigma opositor frente al ellos. El buen cristiano Aguilar frente al idólatra Guerrero, civilización frente a barbarie, razón frente a locura. El primero ensalzado, el segundo borrado de la Historia por su traición y quebranto del orden, sólo silencio. Hasta que quinientos años después, Uslar Pietri, Poniatowska y tantos otros decidieran rellenar el hueco dejado por la historia oficial mediante la imaginación de lo sucedido. Gracias a ellos, Gonzalo Guerrero, el renegado, la espina clavada en la carne de los españoles, el que murió de un tiro de arcabuz luchando contra sus hermanos de raza, renace para contarnos su humanidad y ocupar el lugar que tan ingratamente le arrebatase la historia, el de padre de una sociedad mestiza.
Con unas características opuestas a las de Guerrero, el casto fraile Jerónimo de Aguilar jugó un importante y prestigioso papel como lengua en la conquista de México. Más tarde, se dejaría llevar para tener dos hijos de una india principal, muriendo de sífilis pocos años después de la toma de Tenochtitlan.