Interesado S.M. por su Embaxador en la Corte de París de que algunos Españoles, con el fin de curarse de los lamparones, y en la creencia de que el Rey Christianísimo tenía esta Gracia y hacía este acto cada año en el día de San Luis, y que estos Vasallos, siendo pobres, hacían su viaje por lo regular a pie y sin alguna comodidad, por lo que enfermaban, y tal vez, morían, sin volver, o sin el consuelo de verse curados; pues el Rey no hace ya tal ceremonia, como lo hacían sus predecesores por costumbre nacida de la ignorancia y superstición de los siglos pasados. Por Orden se ha servido mandar impedir que ningún español se exponga a un viaje enteramente inútil, y evitar el que se rían en París de esta credulidad...
En este documento, emitido en Elche el 19 de octubre de 1772, el corregidor de Jijona se dirige a los justicias de su partido en relación con los viajes que por entonces hacían a Francia muchos españoles con el fin de curarse los lamparones, el llamado mal del rey. Éste no era una enfermedad, sino un remedio consistente en la costumbre de pedir ayuda al soberano contra la escrofulosis, una dolencia crónica en la que el escrofuloso presentaba múltiples bubones que exudaban líquidos fétidos y purulentos, lo que daba al enfermo un aspecto repugnante.
Con exactitud no se sabe cuándo se comenzó a pedir auxilio al monarca. En Francia, el rey merovingio Clodoveo aparece ligado a la cura del mal du roi después de su conversión al cristianismo en el año 496. La Crónica Anglosajona, no obstante, atribuye por primera vez el ejercicio del poder de curar el King´s Evil al rey inglés Eduardo el Confesor en el siglo XI, mediante un rito descrito en Macbeth por Shakespeare. El rey se sentaba rodeado de médicos y cortesanos, y con sus manos tocaba al enfermo mientras un capellán decía, El Rey te toca, Dios te cura. Con estas palabras se salvaba la responsabilidad del rey, quedando claro que el tener buen o mal suceso de arriba habría de venir, en función de una fe no del todo desinteresada ya que tras el toque el llagado recibía una moneda. Eso hace sospechar que muchos de los curados nunca tuvieron otro mal que su pobreza, y no eran más que tullidos fraudulentos que conseguían sustento con la manifestación fingida de su desgracia.
La creencia de que los reyes poseían poderes sobrenaturales no es más que una supervivencia de un antiquísimo y primitivo rasgo cultural compartido por todos los pueblos de la tierra. Plutarco cuenta que Pirro, rey del Epiro, poseía el poder de curar radicado en los dedos gordos de sus pies. Tacito, Dion Cassio y Suetonio mencionan ciertos actos curativos de algunos emperadores romanos, como Vespasiano o Adriano. En Bizancio a los emperadores se les consideró divinos. Las sagas islandesas cuentan que Halfdan el Negro había conseguido hacer crecer las cosechas, y aún hoy, a los emperadores del Japón se les atribuye naturaleza sagrada. Sin embargo, fue el historiador Marc Bloch, en su intención de hacer comprender la historia total del poder en todas sus formas, manifestaciones e instrumentos, el que nos explicó que la difundida creencia en las curaciones taumatúrgicas justificaba la descendencia Gratia Dei de los monarcas, con toda su virtualidad de poder, justicia y capacidad para realizar favores y explicaba, a término, la permanencia del Rey en el poder.
En España, la virtud regia de curar escrófulas u otros padecimientos fue calificada de neicidade por Alfonso X en sus Cantigas y desmitificada, mucho después, por nuestro docto benedictino Padre Feijoo en sus Cartas Eruditas. Pese a la fama de fanáticos que pesa sobre la más cristiana y dispuesta de todas las monarquías, la española no hizo uso del toque real. Aunque tullidos españoles peregrinaran a Francia para ser tocados por sus monarcas. Como los salvajes de Tonga se salvaban de la escrófula y del hígado indurado por la imposición de los pies de sus jefes.