A las tres de la madrugada del día 11 de enero de 1961, el Price naufragó frente al cabo Quilates en la Bahía de Alhucemas. Unas horas después, el pesquero almeriense Cabo de Gata rescataba al capitán y a dos tripulantes, todos ellos de nacionalidad española, pero nada pudo hacer por la vida de los cuarenta y dos pasajeros invitados por el señor Abelardo, el propietario español del barco. Después de ser interrogados por la policía, los tres supervivientes fueron detenidos y acusados de transportar emigrantes clandestinos. Aunque el capitán había declarado que ignoraba la nacionalidad de los pasajeros, Rabat aseguró que se trataba de marroquíes de confesión judía que desde Melilla se dirigían a Gibraltar con el propósito de continuar viaje hacia Sión. Parece ser que fueron trece las veces que ese Arca había realizado la misma travesía. Trece, como las tribus de Israel.
Mientras Francia y España mantuvieron sus respectivos Protectorados, los sefarditas marroquíes habían podido emigrar hacia el recién nacido estado judío. Sin embargo, a principios de los cincuenta, con la independencia en ciernes, el miedo a que el exilio en masa de los judíos propiciase el derrumbe de la economía alauita, aquella se había vuelto tarea imposible. Para ayudar, Israel puso en marcha la operación Yakhin, donde agentes del Mossad instalados ilegalmente en Marruecos tenían como misión formar grupos de autodefensa frente a previsibles revueltas antisionistas, sacar de forma clandestina al máximo número posible de judíos y, en caso necesario, aterrorizarlos mediante atentados selectivos, -como hundir un barco cargado de mujeres y niños-, bajo el principio sionista del nos hacen falta mártires judíos. Así, comenzaron a ofrecer falsos empleos con destino a Canadá, a falsificar pasaportes y a organizar la nueva diáspora que los llevaría de nuevo a la tierra prometida después de pasar por Ceuta y Melilla, convertidas en centros de conspiración.
Cuando un siglo antes el Regimiento de Zaragoza se encontró en Tetuán con personas que hablaban español y que los recibían como libertadores, en España se despertó una corriente filosefardita de la que participaron políticos, intelectuales e incluso el rey Alfonso XII. Esta especial sensibilidad hacia la comunidad sefardita hizo que el nuestro fuera el único país europeo que en el siglo XIX se planteó el problema judío como un asunto nacional. Aunque antisionista y contrario al Estado de Israel, el africanista General Franco también confiaba en la enorme influencia que los judíos ostentaban en el mundo, y cuando el Tercer Reich puso en práctica la Solución Final, no dudó en reactivar un antiguo Real Decreto de 1924 que concedía pasaporte español a los judíos cuyos apellidos tuviesen una identidad histórica española. Este fue el instrumento que utilizó Ángel Sanz Briz para salvar a miles de judíos desde la embajada española de Budapest, el mismo que se utilizó en un Marruecos que se atrevía a disputar lo poco que quedaba de España en el norte de África.
En sus Memorias, el antiguo jefe del Mossad Isser Harel escribía, los españoles acogieron a los refugiados judíos espontáneamente, sin problemas y sin consultar previamente a sus jefes jerárquicos en Madrid. La acogida era a veces incluso calurosa. Fue emocionante. A pesar de que España no tenía relaciones diplomáticas con Israel, la operación Yakhin resultó un éxito, en parte, gracias al sentimiento prosefardita de los españoles de Ceuta y Melilla. Aunque ya hacía tiempo que existía una comunidad judía en España, el decreto de expulsión de 31 de marzo de 1492 no fue derogado formalmente hasta el 21 de diciembre de 1969.