La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido -por numerosos que sean- no es la libertad. La libertad es siempre la libertad del que piensa de otra manera. Sin elecciones generales, sin una ilimitada libertad de prensa y de reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida se debilita en todas las instituciones públicas, vegeta, y queda la burocracia como único elemento activo.
A finales de octubre de 1918, los marineros de la base naval de Kiel cuestionaron abiertamente la conveniencia de obedecer a la oficialidad antes de echarse a la mar para lanzar una última batalla contra los ingleses. Pocos días después, la abdicación del Káiser Guillermo II marcó el fin de la Gran Guerra, el hundimiento de la monarquía de los Hohenzollern y del Segundo Imperio alemán, y la proclamación de la República de Weimar, así conocida por la ciudad-mito situada al norte de los bosques de Turingia. Arruinados y completamente humillados, el nuevo gobierno presidido por el socialdemócrata Friedrich Ebert trató de mantener el orden interno ante el clima de incertidumbre social causado por la derrota, calmar la desconfianza de la burguesía y evitar la revolución del proletariado. Para mantenerse firme en tal propósito, el gobierno precisaba asegurarse la obediencia de las tropas desmovilizadas del ejercito, los Freikorps.
Hacía tiempo que Alemania contaba con el partido socialista más fuerte y poderoso del continente. Sin embargo, al tiempo de estallar la guerra se había producido una escisión entre posiciones irreconciliables. La socialdemocracia se inclinó a favor del conflicto y sólo uno de sus parlamentarios en el Reichstag, Karl Liebknecht, votó en contra. A Liebknecht se unieron otras figuras destacadas del socialismo alemán, entre ellas Rosa Luxemburgo, fundadora del Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania y dirigente destacada del ala izquierdista de la socialdemocracia alemana. A principios de 1916 apareció el primer escrito del grupo que había formado, los Espartaquistas, génesis del Partido Comunista Alemán, nacido tres años después.
A la incertidumbre social se sumaban las noticias de cómo evolucionaba la revolución Rusa, donde apenas un año antes los bolcheviques liderados por Lenin habían aprovechado la descomposición de un gobierno moderado para impulsar un cambio de régimen radical. Ahora, el proletariado alemán se presentaban como la alternativa al viejo régimen derrumbado mientras los líderes socialdemócratas luchaban por conjurar el miedo a ese tipo de revolución, en la que no veían más que caos y anarquía. Rosa Luxemburgo, al tener noticias en prisión de aquellos acontecimientos, se solidarizó inmediatamente con los bolcheviques, gesto que no le impidió criticar lo que le parecía peligroso en su política. Le parecía un error el reparto de la tierra al campesinado, la autodeterminación de las nacionalidades del imperio zarista y, sobre todo, pese a reconocer la imposibilidad de crear como por arte de magia, la más bella de las democracias, llamó la atención sobre el peligro del deslizamiento autoritario defendido por Lenin.
Reafirmando que la libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido no es la libertad como uno de los principios fundamentales de la democracia revolucionaria, la Liga Espartaquista lanzó la consigna de Todo el poder para los Soviets. En ese instante comenzó la contrarrevolución de la socialdemocracia reformista, dando garantías al ejército en el nuevo régimen republicano, manteniendo los altos cargos de la monarquía en calidad de técnicos y ahora republicanos de circunstancias, y tomando el control del Consejo de los Comisarios del Pueblo, en el que trataron de incluir a Karl Liebknett, pero que éste rechazó basándose en la negativa de la Liga Espartaquista a compartir el poder con los mandados de la burguesía. Todo ello desembocó en el Levantamiento Espartaquista, una huelga general desarrollada entre el 4 de enero y el 15 del mismo mes de 1919 que, pese a su nombre, no habían planeado, iniciado ni dirigido, sólo participaron después de que comenzase la resistencia popular desilusionada con el gobierno nacido en Weimar.
El gobierno ordenó a los Freikorps atacar a los trabajadores. Los soldados veteranos aún tenían armas y equipo militar, lo que les dio una ventaja formidable para reconquistar las calles rápidamente. Con sólo 48 años, apenas dos meses después de salir de la cárcel de Breslau, Rosa Luxemburgo fue asesinada junto a Liebknecht la noche del 15 al 16 de enero de 1919 por oficiales y soldados de las Freikorps. El gobierno socialdemócrata alemán había decidido que aquel cerebro del marxismo teórico que representaba a un socialismo a la vez auténticamente revolucionario y radicalmente democrático, tenía que dejar de pensar. Un año después de su muerte, Adolf Hitler, otro veterano de guerra, proclama los 25 puntos del programa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, el partido que llevaría a su fin a la República de Weimar, la República sin republicanos, con el nombramiento de Hitler como Canciller del Reich en 1933.
Algunos años más tarde, la burocracia soviética se apoderaba de la totalidad del poder, eliminando progresivamente a los revolucionarios de Octubre de 1917, a la espera de poder exterminarlos despiadadamente en los años 30.