Humboldt, con gran conocimiento del problema, señala algunos otros puntos quizás mejores que Panamá, para hacer el canal aprovechando las corrientes del Golfo de México. Pero yo me pregunto si los Estados Unidos dejarán que esta oportunidad se les vaya de entre las manos. Para ellos es absolutamente indispensable hacer un paso del Golfo de México al Océano Pacífico, y estoy seguro de que lo harán. Johann Wolfgang von Goethe.
Aún cuando Felipe II no había querido unir dos océanos para no ofender a Dios, que había creado el istmo de Panamá, desde las primeras exploraciones del Nuevo Mundo se intuía la importancia geoestratégica que la conexión entre el Atlántico y el Pacífico representaba para la expansión del mercantilismo colonial. Así, aunque desde mediados del XVI se había establecido un tráfico directo con Perú siguiendo las rutas recorridas por Núñez de Balboa en 1513, la navegación continua entre las dos orillas del Novum Regnum Granatense no fue posible hasta finales del siglo XVIII, cuando el sacerdote Cerezo abrió un pequeño canal en el istmo que unió las cabeceras del río San Juan con el Atrato.
A pesar de la ventaja española, la importancia comercial del canal americano no escapó a nadie. En Francia, ocupó un papel preferente en los planes políticos desde que Leibniz sugiriese a Luís XIV la construcción de una vía en Suez y Humboldt hiciese lo propio con Napoleón en Panamá. Inglaterra lo veía como una exigencia para unir las Trece Colonias con el Pacífico y acortar distancias y tiempos en su ambicioso proceso de expansión mundial. Tampoco escapó a Estados Unidos, que pocas décadas después de alcanzada la independencia iniciaba la conquista del oeste fundando ciudades de orilla a orilla de su territorio, unirlas por ferrocarril, apropiarse de los dominios coloniales españoles en Centroamérica y terminar, en 1850, consiguiendo del gobierno de la Gran Colombia independiente la concesión del ferrocarril que uniría la bahía de El Limón con Panamá City.
Cuando en 1876 le ofrecieron la apertura del canal panameño, Ferdinand de Lesseps venía de construir el de Suez. Pero pese a su gran fama y los buenos augurios iniciales, poco a poco, el diplomático francés fue entendiendo que Panamá no era Suez, que su concesión casualmente coincidía con la del ferrocarril norteamericano y, sobre todo, que el desierto no se parecía en nada a la selva tropical, húmeda y cenagosa donde, después de cuatro años de construcción, el precio de extracción de tierra había pasado de 7 a 150 francos y las fiebres habían matado a la mitad de sus trabajadores. El escándalo del Canal de Panamá que siguió a la quiebra del proyecto fue un bofetón inaceptable para la grandeur. Para los norteamericanos supuso el comienzo de un gran negocio tras una astuta y paciente espera.
Lejos del altruismo sansimoniano francés, los norteamericanos no engañaron a nadie, dejando claro desde el primer momento que el canal estaría bajo su control. Ante las dudas surgidas en el parlamento grancolombiano, apoyaron un débil movimiento secesionista panameño que consiguió la independencia y la fundación de la República de Panamá. Once años después, en 1914, los norteamericanos terminaron su Canal de Panamá, ocuparon la Zona del Canal y se reservaron el derecho a intervenir en el país cuando así lo reclamara su seguridad nacional, asumiendo la defensa internacional de la República. Después vinieron muchos gobiernos con patrocinio norteamericano, el affaire Torrijos y la operación Causa Justa contra cara de piña Noriega. Pero esas son historias relacionadas con golpes de estado, extraños accidentes de aviación, narcotraficantes y Contra nicaragüense.
El presidente Reagan dijo Lo hemos construido, lo hemos pagado, es nuestro y nos los guardaremos. Sin duda se equivocaba, porque su antecesor se había comprometido a devolverlo. Así lo hicieron el 1 de enero del 2000 cuando entregaron de manera oficial el Canal de Panamá.