Observen con atención la escena sucedida en el Puerto de Bucoleón porque ahí pueden hallar la pompa y la miseria de Bizancio. Adviertan como en un lujoso trono se halla sentado el viejo Andrónico, luciendo el dibetesion dorado y púrpura, símbolo del poder imperial. Recibe a quien se comporta como un auténtico condotiero mucho antes de que Muzio Attendolo Sforza crease el oficio; a quien altivo trota sobre un caballo enjaezado a la bizantina, con sobrevesta azul, alto gorro, cetro y cadenas de oro, sus emblemas heráldicos desde la toma de Mesina. A su izquierda sobre un caballo blanco con ricas ligas, un ostiario y al otro, un caballero con la bandera de San Jorge, patrón de Aragón. Reparen en toda esa hueste maltrajeada que avanza cubierta con capacetes de cuero, antiparas en las piernas y abarcas en los pies, precedida de un adalid con una bandera de palos de gules y oro que nos resulta familiar. Quienes son estos que hacen que a su paso se incline el Basileus, el copríncipe y toda la corte?. Con vosotros, Santa Sofía también los observa.
Hacía un siglo que Pedro II el Católico había muerto en Muret defendiendo la causa de sus vasallos que habían abrazado la herejía cátara. Más allá del luctuoso suceso, su muerte supuso el principio del abandono de los intereses ultrapirenaicos de la Corona de Aragón y la consecuente apuesta política por el Mediterráneo, que pasó a convertirse en teatro de las disputas entre los aragoneses y el resto de las potencias europeas de la época. Y todo, con el mismo espíritu feudalizante con el que aquel rey de Aragón con tan elocuente sobrenombre renunció a su fidelidad a la Iglesia romana por la fidelidad de sus heterodoxos súbditos del Midi y en contra de la tendencia unificadora y anexionista de la monarquía de los Capetos.
Integrada por mercenarios al servicio del rey en sus campañas por el Mediterráneo, la Gran Compañía Catalana de almogávares venía combatiendo bajo el vexillum nostrum de las cuatro barras desde 1282 en Sicilia. En el verano de 1303 y a bordo de 40 naves, partieron hacia Bizancio cuando el emperador Andrónico recabó la ayuda almogávar para defenderse de los turcos. Al frente, Roger de Flor y otros señalados caudillos como Bernat de Rocafort, Berenguer de Entença, Ximénez de Arenós, Corberán de Alet o Ramón Muntaner, siguieron en sus correrías militares las huellas de Alejandro. Al grito de Aur, aur, desperta ferro!, combatieron con ferocidad y con mayor capacidad de movilidad y camuflaje que la caballería feudal, cargada de arneses y guardas. Aragoneses y catalanes a los que ocasionalmente se unía todo mediterráneo en busca de fortuna. Ricoshombres, caballeros, campesinos, aventureros y desheredados. Los unos siguiendo mayores honores, los otros tan sólo por una buena soldada, todos consiguieron rechazar a los turcos. Después vendría la traición contra Roger y la cruel venganza que ha quedado en la historia como la venganza catalana, la que los presenta como los verdaderos aniquiladores del Imperio Romano de Oriente. Pero esa es otra historia.
El cuadro que inspira estas Galeras Reales fue pintado en 1888 por el malagueño José Moreno Carbonero y representa la llegada de Roger de Flor y sus ocho mil almogávares a Constantinopla en auxilio del emperador de Bizancio. Una efemérides maltratada en la historia de España. Aunque viene bien recordar que la presencia de aragoneses y catalanes en el Mediterráneo medieval es el origen remoto de la presencia moderna de España en Italia, a la vez que desencadenante de la otra gran expansión, hacia el Atlántico. Hechos que dieron a la corona de los Reyes Católicos el lustre de Universal, haciendo que Fernando de Aragón se convirtiera en Hispaniarum Rex y modelo renacentista de príncipes. Un mensaje ideológico de especial relevancia. Es quizás por su carácter simbólico y unificador por lo que este cuadro sigue decorando la Sala de Conferencias del Palacio del Senado.