El drama está ahí, vivo en todo su lamentable horror, y por una proeza extraña que hace de esta pintura una de las grandes curiosidades del arte moderno, no tiene nada de trivial ni de innoble. Cruel como la naturaleza, este cuadro tiene todo el perfume del ideal. Hay en esta obra algo tierno y desgarrador a la vez; en el aire frío de esta habitación, sobre estos muros fríos, alrededor de esta fría y fúnebre bañera, un alma revolotea. ¿Nos permitiréis vosotros, políticos de todos los partidos, enternecernos ante esta obra maestra?. Esta pintura es un don a la patria afligida y nuestras lágrimas no son peligrosas.
Charles Baudelaire.
La Muerte de Marat fue el encargo que la Asamblea Nacional hizo a Jacques-Louis David para inmortalizar el desdichado final de su compatriota y admirado amigo Jean-Paul Marat, el 13 de julio de 1793. Equilibrado, sin artificios y con un naturalismo preciso y directo, el artista plasmó con maestría el momento posterior a la certera puñalada de Charlotte Corday, la girondina, el ala moderada de la revolución. Y lo hizo recordando como lo había visto un solo día antes, redactando sus artículos para L’Ami du peuple mientras tomaba el prolongado baño con el que apenas aliviaba la picazón de su enfermedad. Con un paño empapado en vinagre a modo de camauro laico, pronto la bañera se convertiría en inmortal catafalco.
A lo largo del siglo XVIII se había producido un encendido debate sobre la utilidad política de las artes, idea defendida por los enciclopedistas frente a la razón vertida por Rousseau en su Discurso sobre las ciencias y las artes, que las trataba de lujo improductivo y decadente. La jornada de La Bastilla vino a demostrar que lo ocurrido aquel día no fue una simple bronca callejera sino una revolución en la que el gorro frigio simbolizaba la libertad, la escarapela era la divisa de la nación y la pica el arma de los hombres libres. Un año después de la muerte de Marat, el Comité de Salud Pública emprendió una vasta campaña de renovación urbana, con edificios, parques y estatuas que, con el teatro, la música y la pintura, servían para que Robespierre, Saint-Just o Marat comunicaran a las masas el nuevo evangelio republicano. Agitprop muchos años antes de que Plejánov expusiera la diferencia que existe entre agitación y propaganda.
Paul Zanker afirma que el carácter sugestivo de algunas imágenes permanece inquebrantable aún en el presente. Por eso Marat, el científico, el médico, el articulista, el revolucionario, el amigo del pueblo, sigue yaciendo en su bañera. Junto a él como lapidaria, una simple caja de madera, tintero y papel, y en la mano, aún cuelga la pluma del martirio con la que anota sus últimos pensamientos a favor de aquellos que no tienen otra riqueza que su progenie. En uno de los papeles puede leerse Entregue este billete a la madre de cinco hijos, cuyo marido ha muerto por defender la patria. En otro, la terrible desgracia que tengo me da derecho a pedir vuestra amabilidad.... En realidad, poco importa la veracidad de los hechos cuando la revolución exige recurrir a un exquisito idealismo iconográfico.
Sacrificado por una gran causa, Marat es el héroe trasfigurado en mártir. Como una Pietà republicana, su rostro es sereno, pero la tensión de algunos de sus músculos nos indica que este santo revolucionario se encuentra dispuesto a resucitar de entre los muertos. Mientras tanto, el vacío sepia que cubre a este Cristo yacente nos trasmite, tanto aquel día como hoy, una inquietante sensación de incertidumbre. ¿ Sólo los sans-culottes pueden salvar la republica?.