¡Guipuzcoanos!. La voz maternal que abogó y abogará en todos tiempos por vuestras libertades de mil años, os llama hoy al combate. El enemigo tradicional de la católica España, el sectario de la media luna, faltando a los más solemnes pactos, ha hollado el escudo de las armas de Castilla y acometido a sus guerreros, negándose después a dar las justas satisfacciones pedidas por el Gobierno de S.M. la Reina Nuestra Señora. ¡Al África, pues, guipuzcoanos!. Al África, a vengar a la patria bárbaramente ultrajada, a plantar la Cruz, divino emblema de la civilización, bajo el solio del pabellón victorioso de Lepanto.
Proclama de la Diputación Foral de Guipúzcoa. Tolosa, noviembre de 1859.
En 1839, pocos meses después del caluroso Abrazo de Vergara que puso fin a la Primera Guerra Carlista, Madrid confirmó los antiguos Fueros de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía, a la vez que anticipó que otra ley posterior los acomodaría al interés general de la nación y a la Constitución. Sin embargo, la lucha entre conservadores y progresistas impidió que esta modificación legislativa llegara antes de 1876, al termino de la Segunda Guerra Carlista. La demora facilitó una evolución foral contradictoria, en la que la aplicación de las medidas más liberales -entre ellas la liberalización de amplios sectores de la economía y la desamortización eclesiástica- se compensaban con la ampliación de las exenciones y la autonomía propios de los antiguos privilegios forales.
Caracterizado como una adaptación foral del liberalismo, ambas partes consideraban que el nuevo régimen era difícilmente sostenible, aunque paradójicamente, el déficit de legitimidad del nuevo sistema de autogobierno fue lo que propició unos años de relativa estabilidad institucional que, con motivo de la Guerra de África (1859-60), se materializó en la recuperación de una antigua tradición, el ofrecimiento por parte de las tres provincias hermanas de un contingente de cuatro batallones denominados Tercios Vascongados.
Los Tercios Vascongados tuvieron su origen en la antigua práctica del ofrecimiento puntual y voluntario a su Majestad y su Gobierno de tropas para servicios exteriores. Al mismo tiempo, presentaban algunas novedades, muchas de ellas introducidas ex profeso por el Ministerio de Guerra y otras por las propias instituciones provinciales. Así, a diferencia de los antiguos Tercios provinciales y de forma contraria a fuero, el ofrecimiento tuvo un carácter colectivo, agrupados en una sola unidad militar con un pintoresco uniforme, compuesto por poncho azul, pantalón rojo y las mismas boinas encarnadas que identificaba a los txapelgorris liberales que veinte años antes lucharon en la Guerra Carlista. Sin embargo, ahora se aplaudió que la boina fuese el símbolo de un País Vasco reconciliado y unido al servicio de la causa nacional.
Exaltando la lealtad y el amor a la patria, al país y a su régimen foral, la Guerra de Marruecos se consideró legítima y justa. Las manifestaciones públicas de adhesión a la guerra fueron unánimes, no solamente por parte de las instituciones vascas encabezadas por las élites conservadoras, religiosas y foralistas, leales a Isabel II, sino también por la prensa, el clero, los bertsolaris y el pueblo en general. Fue un gran logro que las tres pequeñas provincias vascas reclutaran un contingente de 3000 hombres en tres meses partiendo de cero, pues la práctica foral de aportar fuerzas para las campañas del rey y su gobierno habían caído en desuso desde el S. XVIII.
Más allá de su tardía participación en la guerra y la negativa comparación establecida con los 450 voluntarios del Batallón de Catalanes, el recibimiento a los Tercios en las tres provincias supuso un gran acontecimiento festivo desarrollado en un ambiente de satisfacción y exaltación patriótica que ensalzaba el amor a la patria y la lealtad a la corona, al mismo tiempo que el amor y la lealtad a la provincia, al país y al régimen foral.