Tenía la cabeza demasiado grande. Su maestro le dijo a un inspector de educación que el niño era un poco aturullado. Su padre tampoco confiaba en sus posibilidades. Así que fue su madre, maestra, quien le sacó del colegio a los tres meses de entrar y le educó por su cuenta. Un homeschooler. En nuestro actual sistema educativo le habrían arrumbado al final de la clase y, con suerte, llevado a un psiquiatra o a un psicólogo para ver porqué el niño no paraba de preguntar cosas que, aparentemente, no eran importantes.
Se trata de Thomas Edison (1847 –1931), el genial inventor. Bautizado por un periodista como “el mago de Menlo Park” fue el primer inventor que, no contento con aportar su invento, se preocupó de patentarlo y producirlo en masa. Es decir, fue un inventor empresario, un innovador.
Con once años, convenció a su madre de que le permitiera trabajar de repartidor de periódicos en el tren que iba de Detroit a Port Huron, su ciudad, el Grand Trunk Railway. Allí, el joven Thomas terminó instalando su laboratorio químico, afición que hasta entonces había desarrollado en el garaje de su casa. Eran muchas horas de trayecto (salía de su casa a las 7 de la mañana y regresaba a las 9 de la noche) y poco que hacer: pasearse por los vagones al llegar a una estación para vender periódicos. Así que entre parada y parada, Thomas estudiaba, leía, experimentaba. Al poco tiempo, amplió el negocio a frutas y comestibles. Hasta que un buen día se le ocurrió editar un periódico con las noticias que iba recabando en cada estación en el mismo tren. Su pequeño laboratorio se vio invadido de máquinas para imprimir su boletín, el Grand Trunk Herald. No lo vendía mal, sus ingresos eran modestos pero suficientes para un crío de esa edad: entre 8 y 10 dólares. Con el tiempo tuvo que contratar a un amigo menor que él para que le ayudara en el trabajo. Pero cuando se vio desbordado por el éxito fue cuando la guerra civil se recrudeció. Edison se enteraba de cómo iban las batallas, las bajas, los éxitos y las derrotas de uno y otro ejército y se apresuraba a escribirlo en su boletín. Se los quitaban de las manos. De paso la gente compraba los periódicos y aún mucha gente se quedaba sin ellos. Edison, que no estaba dispuesto a perder ni un centavo potencial fue a pedir más periódicos a crédito al editor. Siendo un niño, le costó que confiaran, pero lo logró. De esta forma en vez de vender cien, vendería mil ejemplares por trayecto.
Pero además, tuvo la idea de telegrafiar los titulares de una estación a otra. A cambio de recibir el Harper’s News gratis por tres meses, el telegrafista de Port Huron telegrafiaba a la siguiente estación las noticias que Thomas, antes de haberlas escrito, le dictaba, y el telegrafista de la siguiente estación a la siguiente, y así en cadena. Cuando el tren llegaba, todo el mundo quería comprar el boletín donde se explicaban los incidentes que Edison se había apresurado a redactar e imprimir. En la estación de Mount Clemens, por ejemplo, en la que solía vender cinco o seis ejemplares, pasó a vender treinta y cinco: multiplicó por seis o siete las ventas. Pero cambió de estrategia y en lugar de aumentar la oferta de ejemplares, decidió subir el precio sabiendo que se los iban a comprar si la subida era moderada. De cinco centavos pasó a vender su boletín a veinticinco centavos, en función de los demandantes.
Con su pequeña fortuna, Thomas compraba libros y materiales para su mini laboratorio andante. Hasta que un día, el tren, que circulaba a unos 50 km/hora, descarriló debido al mal estado de la vía. La maniobra provocó que los productos químicos de Edison cayeran al suelo y causaran un enorme fuego que quemó el vagón. Al llegar a Mount Clemens el conductor obligó a Thomas a bajar del tren y quedarse en la estación llorando, con sus instrumentos, libros y materiales arruinados. Al irse le lanzó una caja que le dio en la cabeza y le provocó una sordera que le acompañaría toda la vida.
Edison no abandonó. Siguió con su laboratorio y su periódico desde su casa. Junto a su joven colega del tren fundó Paul Pry, un periódico de cotilleo e información social que tuvo gran éxito local debido al estilo personal del magazine. A pesar de que siempre guardaron respeto por los vecinos objeto de sus cotilleos, un ciudadano ofendido llegó a tirar al joven Edison al río.
Sin duda, la primera genialidad del niño atolondrado de cabeza demasiado grande fue, antes de ser el inventor con más patentes (más de 2000) entre las que están la bombilla, el fonógrafo, el micrófono, etc., antes de ser el fundador de General Electric y muchas otras empresas, la de ser el director y editor de periódicos más joven de la historia.