Cuando uno visita un plató de televisión queda un poco decepcionado por el plástico, el cartón, los cables, y ese característico olor a foco eléctrico mezclado con el maquillaje, que te recuerdan que aquello es todo mentira.
Pero cuando estás al otro lado, en el sofá de casa, viendo un programa, la magia de la televisión emerge y donde había un sapo ahora hay un príncipe y la vida se transforma en espectáculo.
Pero esta televisión no es la soñada por su creador, Philo Farnsworth. Él pensaba que su invento serviría para que padres e hijos, desde la comodidad del hogar, aprenderían juntos viendo personas de parajes lejanos, y el conocimiento del otro distante, tornaría el conflicto en paz.
Philo Farnsworth (1906- 1971) nació en Utah, donde vivió sus primeros años en una cabaña de madera junto con sus padres, mormones devotos de la Iglesia de los Santos de Todos los Días. ¿Qué puede hacer un niño en pleno campo en Indian Creek? Ayudar a cultivar patatas a sus padres y trastear. Y a eso se dedicaba Philo, a llevar una vida silvestre atada a la naturaleza.
Pero con 12 años su familia se trasladó a la casa heredada de su tío en Rigby (Idaho) donde, para sorpresa de Philo, había un generador eléctrico que suministraba electricidad a la casa. Y ahí nació la magia, la que duraría toda la vida de Philo. Seducido con el avance de la energía eléctrica aprendió a usarlo para mejorar la vida de su familia y con 13 años reparó un viejo motor y transformó la máquina de lavar manual de su madre en una lavadora eléctrica simplemente leyendo los ejemplares de Popular Science que encontró en el ático y el manual del motor DELCO que abastecía la casa. Y después de eso, la máquina de coser eléctrica y un dispositivo de encendido de automóvil a prueba de ladrones. Con 13 años ya tenía bocetos de lo que más adelante sería el tubo televisivo. Su primer avalista fue el maestro de su pequeño colegio quien le animó a continuar siempre.
Luego, la familia se trasladó de nuevo a Utah pero él permaneció trabajando en el ferrocarril para ahorrar y pagarse la universidad. Pero al poco tiempo de empezar sus estudios, su padre murió y él tuvo que olvidar sus planes para hacerse cargo de su madre y sus hermanas y hermanos. Le faltaban 6 meses para acabar el Instituto. Y lo hizo.
Eran tiempos duros y él trabajaba de electricista reparando averías, pero seguía obsesionado con su proyecto: la proyección de imágenes.
Una vez casado con Pem, la hermana de su mejor amigo, a quien conocía desde pequeña y que se convirtió en su ayudante de laboratorio, Philo se trasladó a Salt Lake City donde encontró varios trabajos, limpiando las calles, reparando radios, etc. Además de sus ocupaciones laborales, aunque la pérdida de su padre le llevó a no acudir más a la iglesia, colaboraba con una asociación caritativa de su parroquia donde conoció a un matrimonio de ricos filantropistas que apostaron por su sueño. Y así fue como, con tan solo 21 años, transmitió por primera vez una televisión. Tras graves problemas con una gran empresa del mismo sector, consiguió patentar su invento en 1930. Su primera modelo fue, desde luego, Pem, su mujer y compañera, con quien compartía los desvelos laborales, la pasión por la electricidad, un hogar y dos hijos. Además, y desde la época universitaria, eran compañeros de música: ella interpretaba al violín y él la seguía con el piano.
La televisión no fue el único invento patentado. Trabajó en fusión nuclear y los rayos infrarrojos, la incubadora o el microscopio electrónico son algunas de sus aportaciones. Ninguna despreciable. Y, sin embargo, sus empresas se vieron muy resentidas por la crisis del 29 y, aunque luchó con todas sus fuerzas por su negocio y sus trabajadores, a finales de los años 60, tuvo que cerrar todas las plantas y se colocó en ITT.
A su muerte, Pem y sus hijos se dedicaron a darle el merecido reconocimiento y crearon una fundación donde se guardan documentos y cartas.
Un largo recorrido desde que, siendo un niño, se sintió invadido por la magia de la electricidad. No hubo obstáculo que estuviera a la altura de su ilusión y su denodado esfuerzo. Era un auténtico pensador “out of the box”, y un infatigable trabajador. Jamás renunció a las responsabilidades que la vida le fue poniendo por delante. Pero sin olvidar el objetivo y sin dejar de poner su punto de mira un centímetro por encima de su sueño.