Nikola Tesla (1856-1943), serbio, americano, polémico, sin carrera universitaria, genio universalmente reconocido. Es uno de esos personajes de los que da la sensación de que se sabe todo. Y sin embargo, siempre me desconcierta.
Conservo la imagen de la fotografía de Tesla en su nave laboratorio bajo una maraña de arcos eléctricos de los que, eventualmente, salen chispas. Y él en medio, sentado en una silla, leyendo, con la misma tranquilidad en su expresión de quien cruza las aguas caminando.
Tesla es el inventor de la corriente alterna, de la transmisión eléctrica sin cables, de mil avances más. Pero también es quien trató de conectar la ciencia más avanzada de su época con las enseñanzas de la ciencia védica. Lo intentó y fracasó.
El señor Tesla cree que puede demostrar matemáticamente que la fuerza y la materia se pueden reducir a la energía potencial, comentaba el Swami (o yogi) Vivekananda a un amigo inglés. Pero Tesla no lo logró y hubo que esperar a Einstein para demostrar la identidad de masa y energía. ¿Y qué hacía un yogi de la India hablando de Tesla? Pues estaba de tournée por Occidente. A finales del XIX, los maestros hinduistas custodios de la sabiduría de los Vedas, los libros sagrados, decidieron ofrecer al mundo occidental todo su conocimiento espiritual y físico. Y así aparece Swami Vivekananda en Estados Unidos y en Europa. Pero fue la actriz Sarah Bernhardt quien propició el primer encuentro cuando invitó a ambos a la fiesta que ofreció tras su interpretación en la obra “Iziel”, una versión francesa de la vida de Buda.
Tras aquel encuentro, Tesla y Swami acudieron a la Feria Mundial de Chicago que tuvo lugar en conexión con el Parlamento Mundial de Religiones, en ese mismo año de 1893. Tras diversas conversaciones, intercambio de ideas, y aprendizaje por ambas partes, Tesla escribiría en un artículo no publicado utilizando palabras en sánscrito como Akasha o Prana para referirse a conceptos similares de la ciencia occidental, materia y energía en estos dos ejemplos. Y también las cartas de Lord Kelvin, en las que le agradece a Tesla el regalo de libros como “The Gospel of Bhudda”, y otros del estilo, nos muestran el influjo del hinduismo en el científico serbio. Pero no fue solamente Nikola, también Lor Kelvin, Walter Russell y Helmholtz, prominentes científicos del momento, se vieron “tocados” por la conexión entre los escritos védicos y la cosmología más sofisticada de Occidente en el comienzo del agitado siglo XXI.
Nikola Tesla, el visionario, el libertario de la energía, que pretendía encontrar una fuente de energía eléctrica inagotable, gratuita, sin monopolios, al que timaron los tiburones como Edison, era también un hombre sin prejuicios. Hoy, muchos le considerarían un loco por renunciar a la compensación por sus patentes de la gran empresa Westinghouse, o una pensión del gobierno yugoslavo, y vivir austeramente, sin grandes lujos, como podría haber hecho. Pero el orgullo es más importante que el dinero, y Tesla era un creador orgulloso, enamorado del misterio de la energía. El más grande de todos los genios.