Cuando el filósofo y economista inglés, John Stuart Mill presentó en el Parlamento británico la famosa petición a favor del sufragio universal, de manera que también las mujeres votaran, la primera firma correspondía a una anciana de 86 años, Mary Somerville.
La petición fue rechazada pero los logros y méritos demuchas mujeres comprometidas con la igualdad ante la ley como Mary perduran. Miembro de la Real Sociedad Astronómica de Londres, miembro honorario de la Sociedad de Física e Historia Natural de Génova y de la Real Academia de Ciencias Irlandesa, fue premiada con una renta pública vitalicia por el gobierno de Sir Robert Peel y sus sucesores.
Pero todos esos honores y reconocimiento le llegaron a partir de los cincuenta años. Casi media vida, porque Mary fue longeva y vivió 92 esplendorosos años. Habían transcurrido veinte desde que, en su treintena, se introdujera en el círculo de científicos ingleses y franceses en quienes encontró empatía, respeto intelectual, apoyo y que tanto le ayudaron a confiar en su propio talento.
Pero antes de los treinta y dos años, edad a la que se casó en segundas nupcias con un médico de mente amplia que la acompañó en su discurrir científico, la vida de Mary Somerville fue una lucha en solitario en pos del estudio.
Nacida Mary Fairfax, hija de un vicealmirante que nunca estaba en casa, fue iniciada en la formación que toda señorita de bien debía recibir para optar a un matrimonio que le resolviera la vida. Estaba cambiando el siglo pero las mentes de los escoceses, tierra de Mary, no estaban preparadas para adaptarse a los nuevos tiempos.
Paradojas de la vida o verdadera sed de conocimiento, el caso es que el resorte que encaminó el estudio de nuestra protagonista fue precisamente esa formación. Porque entre las disciplinas que toda dama debía manejar estaba la pintura, además de la costura, el canto y la danza. Los padres de Mary contrataron al mejor tutor, Alexander Nasmyth, reconocido paisajista y retratista escocés. En una de las clases, Mary escuchó al pintor explicarle a un discípulo la importancia de las matemáticas euclidianas para el dominio de la perspectiva pictórica. El comentario fue suficiente como para que la joven, apenas una adolescente de trece años, se hiciera con un ejemplar de la Geometría de Euclides y estudiara por su cuenta. El esfuerzo en solitario le valdría las alabanzas de Herschel y Whewell quienes hacia 1830 se daban cuenta de la relación entre la presentación verbal y la visual de la percepción científica de la naturaleza. Es posible que el que la escritura no fuera una de las bases de su formación infantil más primaria avivara el talento de Mary para representar visualmente los fenómenos naturales, primero y también matemáticos, más adelante.
Su padre, el vicealmirante, estaba preocupado porque la salud de su niña se viera perjudicada por el pensamiento abstracto que tanto daño podía causar a la tierna personalidad femenina. Nada pudo con ella. Tampoco su primer marido, Samuel Grieg, marino de la armada rusa destinado en Inglaterra. Ella estudiaba de noche mientras cuidaba a los niños y cuando él se ausentaba. Cuando Samuel murió a los tres años de casarse, Mary regresó a su casa natal en Escocia con sus dos hijos. Todavía tendría uno más con su segundo marido William Somerville.
Joven inquieta, esposa, madre, viuda... la vida aún le deparaba a Mary el golpe más fuerte. En 1814, tras dos años de felicidad y un hijo más en la familia, su hija mayor murió con apenas 9 años. Y antes de recuperarse del golpe, en el mismo año, murió el bebé, único hijo de Mary y William.
No hay ciencia, estudio o meta que mitigue el dolor de perder un hijo, no digamos dos. Pero ella, de la mano de William y de amigos como los mencionados Herschel y Whewell y también John Playfair, Laplace, Sir William Scott, David Brewster y muchos otros, siguió infatigable en su lucha en busca del conocimiento científico.
Es impagable la lección de la nonagenaria Mary Somerville para quienes nos encontramos piedras en el camino y nos sentimos desfallecer de impaciencia: "A veces encuentro (los problemas matemáticos) difíciles, pero mi vieja obstinación permanece, de manera que si no tengo éxito hoy, los ataco al día siguiente".