Cuando en 1498 el rey Luis XII de Francia reclamó el ducado milanés por ser descendiente del primer duque de Milán, la República de Venecia se unió al rey francés en sus pretensiones. Eran tiempos de alianzas mixtas y sofisticadas. Al año siguiente, las tropas francesas entraban en Milán, y en 1500 prendían a Ludovico Sforza, hasta entonces Gran Duque de Milán, cuando trataba de recuperar su ciudad. Poco antes, en diciembre de 1499, huían a toda prisa de Milán dos de los protegidos más reconocidos del duque Sforza: Luca Pacioli y Leonardo da Vinci. Amigos y colaboradores, se dirigían a Venecia, desde donde viajarían a Florencia.
En Florencia se instalaron en el mismo piso y siguieron trabajando juntos por un tiempo. Pero antes de llegar a Venecia, disfrutaron de la hospitalidad de Isabella d’Este, marquesa de Mantua, famosa mecenas, diplomática y figura notable en la Europa de la época. Durante unos meses, Leonardo y Luca dedicaron la mayor parte de su tiempo a jugar al ajedrez con la marquesa, del que Isabella era una verdadera entusiasta. Incluso le dedicaron el libro De ludo scacchorum escrito por Luca Pacioli con ilustraciones de Leonardo.
Pero la relación entre ambos había comenzado unos años atrás, cuando Leonardo pidió al duque Sforza que llevara a Pacioli a Milán para aprender matemáticas con él. Efectivamente, para entonces la fama como profesor de matemáticas de Luca Pacioli era muy sólida. No es que fuera un matemático original. Casi todos sus trabajos estuvieron inspirados en verdaderos genios como Fibonacci, Euclides, Boethius, Sacrobosco o Piero de la Francesca, maestro del propio Pacioli desde su infancia quien, al final de sus días acusó injustamente de plagio al pupilo. Injustamente porque Luca nunca tuvo pretensiones de originalidad, sino que sus escritos tenían un objetivo didáctico. En este sentido, es reconocido como el gran difusor del método de doble entrada en contabilidad, la proporción dorada, y otros avances en logaritmos, geometría, trigonometría, etc.
El afán didáctico de Pacioli es comprensible si tenemos en cuenta que su primer trabajo fue el de tutor de los tres hijos de Antonio Rompiasi, un auténtico “mercader de Venecia” de gran éxito. Paralelamente, él continuaba con sus estudios en matemáticas, mejoraba en su labor tutorial y también en el arte de los negocios gracias a la observación y a las enseñanzas del propio Rompiasi. Esa vida duró hasta 1470 cuando, a la muerte del mercader, se trasladó a Roma y entró en la orden franciscana. A partir de entonces, fray Pacioli se dedicó a la docencia en diferentes universidades; Perugia, Zadar, Nápoles y Roma, donde tuvo muy buena relación con el duque de Urbino y su hijo Guidobaldo de Montefeltro, a quien dedicó alguna de sus obras.
Tras triunfar en lo más granado de la sociedad italiana y de obtener determinados privilegios por el Papa Sixto IV, Luca volvió a su Sansepolcro natal, donde había estudiado con Della Francesca. Pero allí encontró envidias por parte de los frailes autóctonos, hasta el punto de que le prohibieron enseñar en 1491.
No es de extrañar que Pacioli estuviera deseando largarse y que cuando el gran duque de Milán le propuso cambiar de lugar lo hiciera encantado. Allí encontró un gran estudiante y un amigo para toda la vida.
El cuadro más representativo de Luca Pacioli, cuya autoría se atribuye a Jacopo de’ Barbari, pero que al parecer fue pintado por Leonardo, le presenta con su hábito franciscano, con un joven a su lado, probablemente Guidobaldo de Montefeltro, enseñando un teorema de Euclides, a quien tradujo, y rodeado de poliedros.