Una de las características más criticadas de Occidente, nuestra civilización, es su terrible manía de mirarse permanentemente el ombligo sin echar una ojeada a lo que hacen las otras. De manera que, cuando descubrimos un botón de muestra de sus logros, nos sorprendemos. Y eso es lo que me ha pasado con el matemático Li Zhi.
Li Zhi (1192-1279) nació en el actual Pekín en un momento complicado: Genghis Khan estaba en pleno apogeo y tenía esa región de China en su punto de mira. Li Zhin, hijo de una familia acomodada, funcionario tras aprobar las oposiciones al servicio civil, y gobernador del reino de Jurchen, vio sus aspiraciones convertidas en ceniza cuando el Gran Khan arrasó su tierra hasta ver doblegados a los ciudadanos.
Sus padres y hermanos huyeron y él hubo de irse a la región de Shanxi. Allí vivió en la miseria, casi como un "sin techo" o un anacoreta. Y, sin embargo, fue en esos quince años en los que escribió la más grandes de sus obras: El Espejo Marino de las Medidas del Círculo. Tras ese poético título se esconde una de las obras más importantes de la matemática china, con técnicas que suponen un avance enorme respecto a las occidentales.
En esa obra plantea, en una sola figura, el plano de una ciudad circular inscrita en un triángulo. A partir de ahí formula, uno a uno, 170 problemas de carácter algebraico que resuelve mediante el conocido como "método del elemento celestial".
No hay explicación de cómo se resuelven las ecuaciones de diferentes órdenes, simplemente se explican cómo se construyen. Tampoco define qué son los números negativos, o qué es una ecuación, se limita a contar cómo se manipulan y utilizan esos conceptos. La huella de Li Zhi está presente en los trabajos de Ruffini del siglo XIX, aunque, por supuesto, nadie suele decirlo.
Toda la belleza de la matemática, todo el lirismo del lenguaje chino, floreció en plena amenaza mongol. Desde su infancia, Genghis Khan primero, y Kublai Kan más adelante, marcaron la senda de su vida. Entre 1215 y 1234, los mongoles se dedicaron a arrasar el mundo tal y como él lo conocía, y lo lograron. Acabaron con el reinado de los Jurchen y aniquilaron gran parte de la población. Y aún así, Li Zhi alcanzó una fama entre sus compatriotas e incluso entre el invasor, realmente notable. El mismísimo nieto del líder invasor, Kublai Khan, al ascender al poder, le ofreció un alto cargo en el cuerpo de funcionarios civiles, le pidió ayuda para mejorar la prestigiosa escuela de preparación de funcionarios y le pidió que le explicara las razones de que se produzcan los terremotos.
Pero, después de vivir como un monje por las montañas estudiando y escribiendo acerca de la matemática, las cosas deben verse desde otra perspectiva y rechazó el privilegio, alegando su avanzada edad y su salud.
En 1259, Kublai Khan hizo un segundo intento, con ocasión de la inauguración de la escuela de servicio civil. Li Zhi no pudo negarse, y allí acudió. Duró poco, se retiró con la misma excusa y volvió a su casa, cerca de la montaña.
No hay prebendas o cargos que compensen la alternativa a la vida en la capital: la naturaleza, la paz, la soledad y el trabajo. Así vivió hasta su muerte, rodeado de alumnos a los que trataba de enseñar todo lo que sabía.
Li Zhi le pidió a su hijo que quemara toda su obra excepto El Espejo Marítimo de las Medidas del Círculo. Hay que agradecer a la desobediencia filial que conservemos varias de sus obras, si bien es cierto que esa es la obra maestra.
El desarrollo de una ciencia original no se vio frenada en la China que luchaba contra el invasor mongol. Hombres como Li Zhi son un ejemplo de honradez y sabiduría. Porque lo cortés no quita lo valiente.