Tenía solamente veintidós años cuando recibió la llamada que cambió su vida. Se acababa de graduar como ingeniero electrónico en el Trinity College de Cambridge y preocupado por la máquina que late en el pecho de todos nosotros, había desarrollado un dispositivo que ayudaba a regular el ritmo cardíaco.
Se trata de Jorge Reynolds, bogoteño nacido en 1936, buscaba poner sus conocimientos electrónicos al servicio de los demás. Ya había experimentado con sapos y perros, pero aquel día de 1958, esa llamada le planteaba un reto diferente: probarlo en un ser humano.
La primera reacción del joven Jorge fue negarse, pero entonces le explicaron que se trataba del padre Flórez, que había sufrido cuatro paradas en una sola mañana y cuyo sistema eléctrico natural se resistía a funcionar. Jorge habló con el sacerdote quien le explicó que simplemente no quería morir y que le exoneraba de toda responsabilidad. Y así fue cómo un joven ingeniero implantó el primer marcapasos en un ser humano. Se trataba de una máquina de 45 kilos externa al paciente, transportada en un carrito de los que se usan para transportar botellas de oxígeno, pero con electrodos aplicados al corazón. El padre Flórez, felizmente vivió dieciocho años más y Jorge Reynolds se ocupó de perfeccionar su invento, evitando que se recalentara la máquina y, sobre todo, reduciendo su tamaño. Aún sigue en ello. Hace dos años anunció que estaba trabajando en un nanomarcapasos.
Pero su pasión por la máquina eléctrica que constituye nuestro músculo más importante y que nos mantiene vivos, le llevó a estudiar los corazones de otros animales. Tras varias expediciones y muchos años de estudio llegó a la conclusión de que el corazón de la ballena jorobada es muy similar al nuestro. Para llegar ahí había dedicado horas a escuchar y registrar desde los submarinos de la Armada Colombiana, el latido de la ballena. Su pasión por estos animales le llevó en el año 2003 a transmitir en directo desde la boya instalada en el Pacífico colombiano llamada "El oído del mar", el sonido del canto de las ballenas para que se escuchara en la catedral de Sal de Zipaquirá. Pero ahí no quedó la cosa. Financió la creación de un ballet que pusiera movimiento al canto de las ballenas y lo llamó Pacificanto. Solamente se hicieron seis representaciones, pero ese era su objetivo.
Sus expediciones le llevaron a trabajar con Jacques Cousteau, con quien se dedicó a estudiar el corazón de las iguanas. Pero también ha estudiado el corazón humano en circunstancias excepcionales. Y por esa razón trabajó con alpinistas que emprendían subidas al Himalaya, donde la presión a la que es sometido el corazón no tiene parangón.
En su afán por registrar el comportamiento cardíaco de los deportistas y los animales, diseñó y construyó un aparato para realizar electrocardiogramas por telemetría. Eso le permitió estudiar a deportistas colombianos de élite en plena actividad. Con la ayuda de la Junta de Deportes de Bogotá analizó la actividad cardíaca durante juegos de voleibol, tenis de mesa, baloncesto, levantamiento de pesas, atletismo, esgrima, ciclismo y fútbol.
Ya atravesada la barrera de los setenta, considera que no puede perder tiempo, en su opinión la vida se le acaba, por lo cual, y aprovechando que su trabajo es su pasión, dedica a ello jornadas de lunes a viernes de siete de la mañana a siete de la tarde y algunos fines de semana.
Para quienes trabajamos en agosto, es un alivio y una lección.